Tribuna libre
Zenobia y Sevilla
En 1912 la revista Vogue le publicó un artículo sobre las Fiestas de Primavera en el que hablaba de la feria, los toros, los señoritos andaluces y los eventos que celebraba el Círculo de Labradores
Rocío Fernández Berrocal
SEVILLA fue la ciudad predilecta del poeta Juan Ramón Jiménez, la llamó «ciudad del Paraíso» y la nombró «capital lírica de España». Le cautivaron la belleza de la luz y del aire de la ciudad desde que con quince años decidiera ser poeta en su ... Ateneo. De este amor hizo partícipe a Zenobia a la que trajo después de su viaje de novios a su hotel preferido, el Hotel Inglaterra de la Plaza Nueva. Fue en junio de 1916. Juntos pasearon por Triana y las librerías de la ciudad, fueron en coche de caballos hasta el Parque de las Delicias y el de María Luisa («que tiene un encanto», dijo ella, «que uno no quiere irse nunca de allí»), vieron bailar a los seises en la Octava del Corpus y, aquejados del calor, Juan Ramón se compró un sombrero de paja y Zenobia abanicos y castañuelas para regalar. En los años veinte volvieron repetidas veces y era el deseo del poeta residir aquí si no fuera por las exigencias editoriales de Madrid. En el exilio, cuando pensaban en una ciudad posible para regresar a España, eligieron Sevilla, que solo pudo acoger el cuerpo yacente del poeta el 5 de junio de 1958 en la capilla de la Universidad a su paso para Moguer en su «viaje definitivo».
Al partir para casarse con Zenobia en enero de 1916 en Nueva York el poeta le dedica este poema: «A Sevilla le echo los requiebros / que te echo a ti. Se ríen, / mirándola, estos ojos que se ríen / cuando te miran. Me parece / que, como tú, llena ella el mundo, (…) ¡Sevilla, ciudad tuya, / ciudad mía!». De Zenobia dijo: «en ella está toda la gracia de Sevilla».
Ella no había sido ajena en su juventud a los encantos de la ciudad. Vino con veintidós años a conocer la Semana Santa y en su diario se hizo eco de la visita. Volvió para conocerla más a fondo en agosto de ese año y habló de Sevilla como de un laberinto en torno a la catedral y el Alcázar. En 1912 la revista Vogue le publicó un artículo sobre las Fiestas de Primavera en el que hablaba de la feria, los toros, los señoritos andaluces y los eventos que celebraba el «elegante club» ‘Círculo de Labradores’ y destacaba el ambiente festivo donde «se aprende la alegría de vivir» y la belleza de la mujer sevillana que «ha jugado al juego del amor durante tres memorables días en el escenario más romántico del mundo».
Zenobia Camprubí Aymar (Malgrat de Mar, 1887- Puerto Rico, 1956), además de ser la compañera excepcional de Juan Ramón Jiménez, desarrolló una actividad intelectual propia. Introdujo a Tagore en el mundo hispánico y tradujo también a Shakespeare, Dickens, Pound… como una actividad con la que ganarse la vida por sí misma junto a otras como el alquiler de pisos a extranjeros, la decoración de los primeros paradores nacionales y su tienda de artesanía popular y antigüedades que dio trabajo a otras mujeres.
Escribió también poemas como este que refleja el anhelo incumplido de ser madre: «Qué cosa más hermosa hubiera sido tener un hijo. / (…) Reír, llorar, vivir con él en todo / gozar la vida en su más puro gozo».
Sus diarios y cartas constituyen un testimonio valioso para conocer la Edad de Plata de la literatura y a las mujeres de esta generación, «Las Sinsombrero».
El amor de Juan Ramón Jiménez y Zenobia se fue entretejiendo entre citas de Tagore y meriendas furtivas en las que el poeta se colaba. Juan Ramón y Zenobia pusieron sus vidas al servicio de una causa mayor que los trascendería, una de las obras más altas de la literatura española. Fueron una de las parejas más admirables del siglo XX, «labradores de inverosimilitud» los llamó Ortega. Al recibir el Nobel, el poeta reconoció:
«Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración de 40 años ha hecho posible mi trabajo. Hoy me encuentro sin ella desolado y sin fuerzas».
Zenobia fue una mujer altruista y generosa. De extraordinarios valores humanos luchó por mejorar la situación de la mujer en España. Fue colaboradora de la Residencia de Señoritas, secretaria del Lyceum Club, consiguió becas para alumnas españolas en el extranjero, fue costurera en roperos para personas necesitadas, colaboradora de ‘Enfermeras a domicilio’, del ‘Comité de Higiene popular’ y de la Junta de Menores al inicio de la guerra civil acogiendo a doce niños en uno de los pisos que alquilaba a los que siguieron atendiendo desde el exilio.
Zenobia era consciente de la trascendencia de su labor de apoyo al Andaluz Universal:
Aunque nos muramos ya viejos los dos el impulso vital de nuestro amor vivirá para siempre en el mundo, como una flor que volviera cada primavera.
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