PUNTADAS SIN HILO

Demoscopicracia

La democracia es el gobierno del pueblo, y la demoscopicracia es la dictadura de la opinión pública

Las encuestas de población no siempre representan la realidad ABC

Los nuevos amos del universo no son los políticos, por mucha erótica del poder que les envuelva. No son desde luego los periodistas, por mucho que presumamos de marcar la actualidad. Ni los deportistas ni los cantantes guaperas, por muchos millones de seguidores que acumulen ... en las redes sociales. Ni siquiera los cocineros, por mucho que hayan sustituido a los brujos de la tribu como creadores de pócimas mágicas. Los nuevos mascas del asunto son los responsables de las encuestas de opinión, esos jueces que nos interpretan y deciden lo que es socialmente aceptado y lo que está condenado al oprobio de la desconsideración social.

La demoscopicracia es un peligroso proceso de vulgarización en el que la obsesión por la participación pública desvirtúa la propia democracia. No siempre lo que gusta a más gente es lo más conveniente. Pero una cierta cultura de que lo bueno es lo aceptado se va consolidando en la misma medida que va creciendo la posibilidad tecnológica de medir la aceptación de cualquier nimio detalle. Las relaciones entre adolescentes ya están marcadas por baremos de aceptación social: un chaval de quince años vale tanto como número de likes acumulen sus fotos en Instagram. En esta obsesión por la medición, uno empieza a sentir simpatía por las víctimas de esta dictadura de la opinión: los programas que desprecian los audímetros, los políticos que menos simpatía despiertan, los libros que nunca serán best-seller o las canciones que nadie se baja en Spotify. Bienaventurados los desheredados de la demoscopicracia porque de ellos será el reino de la singularidad.

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