La Alberca
El Betis del capote
La esencia del beticismo consiste en llegar a la gloria sin traicionarse, en tirar el reloj al río y saber esperar
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHay un Betis de Curro, de fatigas con ráfagas de felicidad, de medias verónicas infinitas de cuando en cuando, que Joaquín se trajo de El Puerto hasta Heliópolis en la mochila de aquel chiquillo que aprendió a jugar a la pelota en campos de albero ... con boquetes. Él mismo cuenta que todas las caricias al balón las aprendió esquivando los chinos de aquellos jaramagales de su infancia con el Mikasa mientras veía por la tele los últimos bailes por la banda izquierda de don Rafael Gordillo Vázquez. Ese Betis que cabía en las medias caídas del Tres, el de las duquelas verdes, resucitó en las botas de un torero que le ha cambiado el orden a la leyenda: el Currobetis es ahora el Betis de Curro, el de los que saben esperar para lograr el paraíso. Esa es la esencia del beticismo: resistir y no traicionarse nunca. En los lances de Joaquín después del último penalti de Miranda en la Cartuja, tan cerca de Gambogaz, con Camas asomando la cabeza al otro lado de la orilla, está resumido este misterio. Esa danza del capote será la memoria histórica de todos los chavales que han vivido en el agujero negro con sus camisetas de las trece barras en los patios de los colegios. Hay una generación que ha fraguado su beticismo por mero amor a sus padres y a sus abuelos. Porque el Betis es umbilical. Ellos, que han sabido esperar contra todo y contra todos, que han soportado castigo tras castigo y, sin embargo, han seguido en sus asientos, serán los herederos de Joaquín Sánchez, el artista que tuvo que sufrir el exilio para comprender que el Betis es un laberinto del que nunca se sale.
Entre esos chavales que no habían visto nada hay uno de Olivares que tenía sólo cuatro años cuando su equipo ganó aquella Copa de Serra Ferrer. Y con el beticismo como única razón para jugarse la carrera a un solo número, cogió el balón en la Cartuja y se fue al punto de penalti a buscar la puerta grande. Juan Miranda será ya para siempre el envés del capote de Joaquín. En el Calderón metió el gol definitivo Dani. En la Cartuja, otro chiquillo de la casa. El Betis de Manuel Pellegrini, chamán del fútbol-arte que ha venido a caer en la cuna del currismo por obra y gracia de Haro y Catalán —dios los guarde siempre—, es también el Betis de todos los que supieron aguantar, ese Betis que no tiene seguidores, sino feligreses. La diferencia entre este equipo y cualquier otro es que el Betis no necesita dar nada material a los suyos para tenerlos siempre en misa. Ir al Villamarín es un ritual que está por encima de cualquier circunstancia mundana porque un bético no cuenta los goles, cuenta las lágrimas. Por eso el llanto de Miranda después de darle al equipo de su familia la tercera Copa del Rey es la única verdad de todo esto. El Betis se llora porque la vida se llora.
Hay un Betis de Curro y de Joaquín que será siempre invencible: el de los niños que nunca lo abandonaron en la derrota, el de los que resistieron, ese Betis que vuela en el capote de un mito que nos ha enseñado a tirar el reloj al río. Porque el Betis nos es más que eso: el tiempo que no se puede medir, la libertad sin límites.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete