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La Alberca

El Betis del capote

La esencia del beticismo consiste en llegar a la gloria sin traicionarse, en tirar el reloj al río y saber esperar

Alberto García Reyes

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Hay un Betis de Curro, de fatigas con ráfagas de felicidad, de medias verónicas infinitas de cuando en cuando, que Joaquín se trajo de El Puerto hasta Heliópolis en la mochila de aquel chiquillo que aprendió a jugar a la pelota en campos de albero ... con boquetes. Él mismo cuenta que todas las caricias al balón las aprendió esquivando los chinos de aquellos jaramagales de su infancia con el Mikasa mientras veía por la tele los últimos bailes por la banda izquierda de don Rafael Gordillo Vázquez. Ese Betis que cabía en las medias caídas del Tres, el de las duquelas verdes, resucitó en las botas de un torero que le ha cambiado el orden a la leyenda: el Currobetis es ahora el Betis de Curro, el de los que saben esperar para lograr el paraíso. Esa es la esencia del beticismo: resistir y no traicionarse nunca. En los lances de Joaquín después del último penalti de Miranda en la Cartuja, tan cerca de Gambogaz, con Camas asomando la cabeza al otro lado de la orilla, está resumido este misterio. Esa danza del capote será la memoria histórica de todos los chavales que han vivido en el agujero negro con sus camisetas de las trece barras en los patios de los colegios. Hay una generación que ha fraguado su beticismo por mero amor a sus padres y a sus abuelos. Porque el Betis es umbilical. Ellos, que han sabido esperar contra todo y contra todos, que han soportado castigo tras castigo y, sin embargo, han seguido en sus asientos, serán los herederos de Joaquín Sánchez, el artista que tuvo que sufrir el exilio para comprender que el Betis es un laberinto del que nunca se sale.

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