LA TRIBU
Mujeres
Muchachas jóvenes, solteras, y maduras amas de casa salían del pueblo de noche a la peonada temprana
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Iniciar sesiónLas recuerdas, más momias que personas vivas, envueltas en el vendaje de clausura que las vestía en la Orden del Trabajo, mitad clausura que trataba de defenderse del sol, mitad recato en la indumentaria, que, cuando se encorvaran en la faena, ningún hombre que se ... asomara al tajo pectoral o las mirara por detrás pudiera ver más que telas. Telas hasta la garganta, telas –doble falda o pantalones bajo la falda– hasta los tobillos. Cabeza tocada de amplia pamela de palma y pañuelo como rostrillo, y en las manos, más telas, tiras de trapo que recordaban los himantes de los boxeadores griegos. Manos con perfil de mitones para huir de los callos y de la dureza del astil de la escardilla.
Muchachas jóvenes, solteras, y maduras amas de casa salían del pueblo de noche a la peonada temprana, por más que nunca escaparon del sacrificio solar del mediodía: quitar nietos en el tabacal, pelar remolachas, descamisar maíz, desgranarlo, recolectar algodón… O, en primavera alta, escardar en los sembrados. La imagen de las mujeres escardadoras en los tajos te deja el exacto perfil de la dureza de ser mujer de familia necesitada, que no tenía más salidas que una casa de servicio, en el pueblo o en la capital, una fábrica aceitunera o el camino de los tajos agrícolas. La tierra siempre tuvo faena para mujeres, y las mujeres, si muchachas, a juntar para el ajuar o para ayudar en la casa, y, después, a parir y a criar; si amas de casa, jornal necesario que, junto al del marido, soportara las necesidades de una familia por lo común numerosa. Si muchos varones eran hombres de peonada y media, muchas mujeres lo fueron de dos, una en el campo y otra en la casa; si en el campo esperaba la escardilla, el lomo del calabozo, las manillas de tabaco o el macaco, en la casa esperaban lebrillo, tabla restregadora y jabón y ceniza, el cubo del pozo, la aljofifa, la escoba y el aventador junto a la hornilla para que la comida hirviera sobre carbones. Silenciosa esclavitud por todos consentida. Por lo común, lejos de la escuela y cerca de la cesta de los mandados; cerca de todas las obligaciones y muy lejos de los mínimos derechos; y si con el don de la hermosura, siempre alerta para escapar de las intenciones depredadoras de aprovechados de privilegios sociales. Mujeres campesinas. No hubo romería más penosa que la que iba, llena de mujeres, del pueblo al campo y del campo al pueblo.
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