tribuna abierta
El protagonista de las cofradías
La Semana Santa en su manifestación externa es hoy un espectáculo singular, por un lado devoto y por otro expresivo de arte con peculiaridades locales de indudable mérito
José Luis Garrido B.
EN todas las conmemoraciones cofrades se mueve el mismo protagonista. No es el nazareno, ni el costalero, ni el hombre de trono, ni el músico. No es el acólito, ni el sacerdote revestido de preste, cuando el clérigo camina detrás del paso. No es ni ... el florista, ni el cerero, ni el cantaor de saetas, ni el tío de la escalera.
Se llama Jesús y es un judío nacido en Galilea al que también conocían como Cristo. Galilea es Israel. Se asoma al Mediterráneo y está llena de lugares sagrados.
Jesús murió joven, ajusticiado entre dos malhechores como víctima de un juicio injusto y es el único caso en la historia de un hombre que vivió poco más de 30 años y sin embargo ha dejado una profunda huella desde la religión a la cultura.
En Cristo, considerándolo y adorándolo como Dios, creemos hoy más de mil millones de hombres y mujeres.
El ateísmo repartido por el mundo combatió esta creencia con todas sus armas.
Hoy los ateos se han cansado de objetar que los cristianos nos hemos inventado al Redentor porque existen argumentos científicos muy sólidos que deshacen la crítica acreditando su existencia.
Los escritos del autor romano Plinio el Joven destacan que a principios del siglo II existía culto a una figura llamada así: Cristo.
Los textos de Tácito, historiador romano tambien autor de Los Anales. precisan cómo fue ejecutado durante el reinado de Tiberio por orden del gobernador Poncio Pilato.
Suetonio, historiador asimismo de la época de Trajano y Adriano, detalla cómo Claudio hizo expulsar de Roma a los judíos que, excitados por un tal Cristo, provocaban turbulencias
Luciano de Samósata, que vino al mundo en la actual Turquía, detalla cómo los primeros cristianos se negaban a adorar a los dioses griegos y seguían a Jesús.
A todo esto deben añadirse las fuentes cristianas entre las que destacan las Cartas o Epístolas de Pablo de Tarso, los textos de Papías y Justino Mártir, dos de los primeros Padres Apostólicos de la Iglesia Católica y Los Hechos de los Apóstoles, un libro del Nuevo Testamento particularmente lleno de vida, redactado por San Lucas.
En las Semanas Santas de Andalucía a este muchacho judío del que la gente de su tiempo podía decir que era un mago, taumaturgo o exorcista porque convertía el agua en vino, calmaba la tempestad, resucitaba a los muertos y devolvía la vista a los ciegos, lo vemos entrar a lomos de una borriquita, orar en Getsemaní, enfrentarse a los tribunales de Herodes, Anás, Caifás y Pilato, ser azotado y torturado hasta la cruz.
La Semana Santa, en su manifestación externa, es hoy un espectáculo, por un lado devoto y por otro expresivo de arte con peculiaridades locales de indudable mérito.
Pero no conviene perder el eje, centro y motivo de todo ello: el recuerdo de la vida, pasión y muerte de un muchacho que se decía Hijo Unigénito de Dios.
Las cofradías comenzaron a gestarse en tiempos muy remotos, y fue el primer marqués de Tarifa el que, en 1521, a la vuelta de una visita que hizo a Tierra Santa en compañía del poeta Juan de la Encina, decidió instituir en Sevilla una Via Sacra desde su Palacio hasta el humilladero de la Cruz del Campo.
En Sevilla estuvo presente el culto a la Pasión de Cristo desde el momento mismo de la conquista de la ciudad por Fernando III el Santo. Sin embargo, las cofradías de penitencia como se muestran hoy, según escribió el profesor Sánchez Herrero ('Las Cofradías de Sevilla'. Publicaciones de la Universidad Hispalense, nº 1.-1991) no aparecen sino, como máximo, a fines del siglo XV.
Primero fueron los cortejos que llegaron a sacar solo el crucifijo. Luego aparecieron los pasos. El último, el de palio. Este es altar, carroza y trono. La primera estampa que se conserva de un paso de palio sevillano es un grabado de la hermandad del Silencio con la Virgen de la Concepción bajo palio de cuatro varales. Y la tradición sevillana afirma que la Soledad de San Lorenzo fue la primera que utilizó baldaquino en su estación penitencial a la Catedral.
El rostro de María siempre lleva lágrimas y un puñal en el pecho que recuerda los siete puñales que antaño mostró representando cada uno los siete dolores que traspasaron su alma según la profecía del anciano Simeón (la huida a Egipto, la pérdida de Jesús en el templo, la calle de la Amargura, la crucifixión, la muerte, el descendimiento y la sepultura).
Periodista
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