Cardo Máximo
Inocentes
La rabia que me come por dentro es que no fui capaz de parar esas insanas insinuaciones a mi alrededor
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Iniciar sesiónNo se sabe por qué, la realidad se muestra tozuda en amontonar sobre nuestra mesa hechos unidos por un hilo conductor que hasta entonces había permanecido oculto o desconocido para nosotros. De repente, porque sí, descubrimos la conexión entre dos situaciones o dos historias que ... ni se nos había pasado por la cabeza relacionar. Este fin de semana, las noticias venían engarzadas en un cordón tejido en torno a la inocencia judicial que dos amigos han podido acreditar al cabo de mucho tiempo encausados: cinco años en un caso y una década entera en el otro hasta que han podido respirar aliviados. Ellos y sus familias.
Como en un cinematográfico 'flashback' se me han venido a la mente las llamadas urgentes, las preguntas sin respuestas, las cábalas… hasta las dudas. Sí, las dudas sobre la veracidad de sus versiones porque, a pesar de la inmunidad natural que supone trabajar con noticias de sucesos, acabas por preguntarte si te habrán engañado los sentidos y todo lo que tú no acertabas a ver lo ha visto la policía, que para eso tiene la mirada entrenada. Recuerdo los saludos con ambos cuando los jueces los pusieron en libertad y pudieron explicarse. Recuerdo el impacto que relataban de la detención en un caso, de las tres semanas privado de libertad en el otro. Recuerdo no tenerlas todas conmigo; de hecho, creo que ellos tampoco, porque la maquinaria judicial es una apisonadora de la que resulta muy difícil escapar una vez puesta en marcha. Gracias a Dios, ellos lo hicieron, pero para ellos y los suyos queda el sufrimiento de tantos años con la espada de la Justicia ciega pendiente sobre la cabeza.
Recuerdo, cómo no, el alarde informativo. Porque fueron detenidos mediáticos, de los que los periódicos aireamos a toda plana como si el mundo hubiera dejado de ser menos malo con su puesta a disposición del juez; de esos para los que las fuerzas de seguridad se dan maña en trasladar su versión demoledora de los hechos. Sin posibilidad de réplica, sin ninguna cautela: detenidos, encausados y condenados en una misma página de periódico, en un párrafo del noticiario radiofónico, en menos de un minuto del informativo televisivo: «ecce homo». Sí, recuerdo los titulares llamativos, las suposiciones escandalosas, las fotografías provocadoras y, claro está, el poso del veneno de la insidia en comentarios del tipo 'a saber si es verdad', 'algo habrá hecho', 'cuando el río suena' y de ese porte. La rabia que me come por dentro es que no fui capaz de parar ninguna de esas insanas insinuaciones a mi alrededor. Tal vez por eso estoy escribiendo esta columna en parte redentora.
Porque ambos eran inocentes y no hice nada por ellos. Aunque fuera la mínima obra de caridad de visitar al preso. Tengo claro que la próxima vez que me queje –cargado de razones, caramba– de un sistema tan garantista como el proceso judicial español, me morderé la lengua antes de que otro inocente tenga que pasar por el mismo calvario de Álvaro y José Luis.
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