UNA RAYA EN EL AGUA
La Constitución y el principio de honestidad
Para restaurar la concordia rota por la deriva frentista bastaría con volver al espíritu constituyente de lealtad recíproca
Las buenas maneras
Expectativas, cálculos y otros espejismo
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Iniciar sesiónLA Constitución necesita algunas reformas pero ni hay mayoría, ni hay consenso ni lo habrá en mucho tiempo. Incluso en algún aspecto donde sí podría lograrse, como el de la igualdad de género en la sucesión de la Corona, el procedimiento agravado exige un referéndum ... que los separatistas y la extrema izquierda utilizarían para cuestionar el sistema entero. En cualquier caso, los actuales problemas de funcionamiento institucional no proceden tanto de las evidentes lagunas de la Carta Magna como del incumplimiento premeditado de un Gobierno empeñado en traicionar el espíritu de un texto redactado sobre la premisa esencial de la voluntad de acuerdo. Es la política de polarización emprendida por Sánchez la que ha roto las bases de aquel honorable pacto de caballeros.
Los constituyentes no se equivocaron tanto como parece al cabo de estos 47 años. Es más: acertaron de pleno al prever que el principal riesgo a largo plazo era la tentación de volver al modelo sectario que dio origen al fracaso del régimen republicano. Por eso decidieron proteger el ordenamiento con una serie de candados que dificultaran cualquier intento partidista de cambiarlo, conscientes de que la crisis de deslealtad se produciría tarde o temprano. Entonces, y hasta hace poco, se pensaba que la tensión provendría del nacionalismo catalán y vasco, como en efecto ocurrió en la insurrección secesionista contra el Estado; lo que no resultaba imaginable es que sería uno de los partidos sistémicos el promotor del desacato.
La Constitución no es culpable, aunque la impresionante aceleración histórica del siglo XXI le haya causado un evidente desgaste. Ha sido el PSOE sanchista, con su estrategia de deterioro de la convivencia, el que ha apostatado de sus compromisos y abdicado de sus responsabilidades. El proyecto frentista del presidente constituye un ataque frontal contra los principios fundacionales, convertidos en letra muerta a base de una inobservancia constante amparada por el órgano jurídico –que no judicial– cuya teórica misión consiste en evitar esa clase de sabotajes. Conde-Pumpido es el Fernández-Miranda de esta involución programada hacia una ruptura paulatina de apariencia suave.
Para frenar esta deriva no hacen falta reformas imposibles ni sacudidas populistas. Bastará con regresar a un marco de respeto a las instituciones y a los mecanismos de salvaguardas normativas. Un clima de concordia cívica que recupere la confrontación democrática legítima sin arrastrar a la sociedad a un cisma de peligrosa vocación suicida. No hay otro camino que el puro y simple retorno a los mínimos éticos arrinconados durante esta continua, devastadora sucesión de anomalías. La Constitución puede tener lagunas pero no está mal escrita; sencillamente está siendo desnaturalizada, subvertida. Y en todo caso para corregirla es menester reinstaurar antes la honestidad política.
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