LA SUERTE CONTRARIA
Morante según Amón
«Este no es un libro sobre tauromaquia, sino sobre España, sobre esta España capaz de convertir cualquier cosa en metáfora, excepto la metáfora, que se convierte en dogma»
Alfonso Ussía, el mejor de todos nosotros
Humildad del escritor
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Iniciar sesiónHay libros que se abren como quien abre la ventana en plena canícula: esperando aire, soñando con una corriente, pero temiendo un portazo. 'Morante, punto y aparte' (Espasa) es exactamente eso, un soplo caliente que entra desde la plaza y que deja un temblor de ... albero en el estómago. Un libro escrito por Rubén Amón desde la urgencia, pero no la del que escapa del fuego, sino la del que lleva tiempo ardiendo. Aunque, en realidad, creo que Amón no escribe sobre un torero sino sobre una temperatura. Y lo hace con esa prosa suya que recuerda a un solo de trompeta: brillante, excesiva y a veces desbordada, pero dejando siempre algo resonando más allá de cada frase.
El libro arranca en la última tarde, con Morante en los medios de Las Ventas, arrancándose la castañeta como si se quitara la vida de encima. El gesto le sirve a Amón de coartada para relatar cómo un artista en aparente decadencia pudo ser capaz de incendiar un país entero. Porque, en realidad, este no es un libro sobre tauromaquia, sino sobre España, sobre esta España capaz de convertir cualquier cosa en metáfora, excepto la metáfora, que se convierte en dogma. Y lo que Amón narra es cómo el morantismo se convirtió en la grieta inesperada del discurso público, cómo un señor sin redes sociales ni 'storytellers' supo levantar más pasiones que todos los asesores culturales juntos y cómo un arte acorralado fue capaz de ganar solo cuando se despojó de los argumentos para limitarse a responder con la verdad y la belleza.
El libro está repleto de momentos en los que vemos cómo Amón levanta su voz interior. Por ejemplo, cuando escribe que Morante «representa una especie de líder accidental», sentimos que, en realidad, está hablando de un país donde los líderes son siempre un accidente. España necesita símbolos cuando la realidad se le hace bola. Y entonces llega Morante, con su depresión, su bohemia y su pureza de artista quebrado para convertirse a la vez en símbolo y en síntoma. Aunque mejor aún es la vulnerabilidad que subyace en el texto, el torero como hombre roto y esa mezcla de arrogancia y fragilidad que explica, de nuevo, que el arte no es una profesión, sino una condena. Amón lo escribe mejor: «La luz proviene de la oscuridad que habita la mente del torero».
Y uno, que ha visto a suficientes genios romperse por dentro mientras escuchan aplausos por fuera, entiende que esa frase no es recurso sino diagnóstico. Y en el ambiente queda flotando la intuición de que el morantismo es nostalgia del presente, la sensación de haber asistido a algo irrepetible que se nos va. Quizá la vida. Por eso, cuando Amón pregunta qué pasará ahora, no se refiere a los toros sino a nosotros, a un país que siempre necesita un artista para reconocerse. Uno que, como escribió Lorca, «suba a lo más alto para enseñarnos lo más hondo».
El libro no es solo extraordinario sino, sobre todo, necesario. Porque saca a la literatura taurina de la guerra del cafrerío y la batalla para llevarla al lugar emocional que le corresponde. Que es la del arte. Morante no toreaba para nosotros, pero acabó hablándonos a todos. Y uno piensa que bendito sea el caos que hace danzar las estrellas. Bendito sea también Morante, que nos recordó que por muy gris que sea el mundo, siempre quedará un torero intentando detener el tiempo. Y, mientras haya gente como Amón mirando, es posible que lo logremos.
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