cardo máximo
Se busca culpable
Cada cual eleva su teoría de brocha gorda para pintar un panorama que corrobore sus planteamientos
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Iniciar sesiónEl suceso en el instituto de Jerez de ayer por la mañana nos dejó a todos sin aliento. Creíamos que nuestros chavales están seguros en el colegio porque las terribles matanzas de Estados Unidos nos llegan con el eco amortiguado de la distancia y de, ... por qué no decirlo, cierta superioridad moral del tipo 'aquí no puede pasar eso'. En un primer momento, el apuñalamiento a la hora de la entrada nos dejó también sin palabras, con la respiración contenida, la boca cerrada y los puños apretados. Pero en cuanto pasó la estupefacción inicial que acompaña a este tipo de noticias de muy imprevisible evolución, entonces llegó lo de siempre: la búsqueda del culpable. Somos especialistas.
Y cada cual eleva su teoría o su generalización de brocha gorda para pintar un panorama que corrobore sus planteamientos. Se los refrescaré al lector sin ningún ánimo de exhaustividad, simplemente espigando comentarios y razones aducidas aquí y allá en las horas siguientes al ataque con arma blanca: hace falta más profesores; hace falta más psicólogos; hay que aumentar la inversión; la atención en Salud Mental se retrasa meses y meses; la integración de chavales con necesidades educativas especiales es imposible; los profesores no saben qué hacer con estos niños; los profesores podrían hacer mucho más de lo que hacen; hay que endurecer la ley en casos de delitos cometidos por menores de edad; el director debe dar instrucciones claras; la autoridad educativa se lava las manos; la familia tendría que vigilar lo que los chavales guardan en las mochilas y un largo etcétera de argumentos, muchos de los cuales actualizan la histórica escuela del arbitrismo patrio.
¿De verdad eso sirve de algo? ¿En serio creemos que semejante guirigay con opiniones a favor y en contra como si se tratara de un debate televisado van a ayudar lo más mínimo? A quién beneficia este cacareo incesante. Desde luego, no creo que favorezca lo más mínimo a las víctimas, entre las que no hay que contar ninguna pérdida irreparable, gracias a Dios. Pero tampoco a las familias. Ni al agresor ni a sus progenitores. Ni siquiera al centro ni a los profesores que van cada día a dar lo mejor de sí mismos para instruir a los muchachos (o eso, al menos, es lo que la sociedad espera de ellos cuando los ha facultado con esa encomienda). Ni siquiera a los enfermos mentales, ni a las personas con trastornos del espectro autista, que tanto sufren día tras día: ellos mismos y sus familias. A nadie.
La búsqueda del culpable en estas situaciones sigue siempre un procedimiento establecido: hay que encontrarlo lo más lejos posible de uno mismo y lo suficientemente arriba como para diluir cualquier responsabilidad personal. Dejemos el caso reposar y que cada uno examine en silencio su conciencia: ¿le hago la vida más fácil a las personas diferentes a mi alrededor o, por el contrario, les empino todavía más la cuesta arriba que es su existencia? Eso es todo. Y así nos ahorrábamos esta vocinglería.
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