cardo máximo
Identidades
¿Qué podría hoy poner de acuerdo a una inmensa mayoría de sevillanos? Descartemos el fútbol y los toros, pero también la religión
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Iniciar sesiónTal como está el patio, el asunto de la identidad colectiva es terreno pantanoso en el que lo más fácil es quedarse enfangado sin poder avanzar. No hay más que mirar a nuestros nacionalismos periféricos (tan españoles en definitiva, en su sañuda reivindicación carlistona) para ... darse cuenta de que la identidad es algo muy serio para dejarlo en manos de los políticos.
El periódico traía este sábado un pormenorizado recuento de identidades colectivas en Sevilla con las dieciséis primeras entidades con mayor número de afiliados, integrantes o como se quiera llamar porque en el repaso entraban muy diferentes categorías: desde clubes deportivos hasta hermandades pasando por colegios profesionales y universidades. Una aproximación al universo asociativo de la ciudad que hay que tomar con cautelosa distancia para no confundirse.
En primer lugar, porque no todos los socios del Betis viven en Sevilla capital ni todos los hermanos de la Macarena están a cinco minutos de la calle Bécquer. En segundo lugar, sólo se puede comparar a efectos prácticos la obligatoriedad de colegiación para ejercer una profesión liberal con la voluntaria adscripción a un club con derecho a baño en la piscina comunitaria.
Sin embargo, la mayor virtud del panorama asociativo que fotografiaba meticulosamente el reportaje lleva implícita, sin embargo, la mayor objeción que puede hacérsele. Son muchos más los sevillanos que no están encuadrados en ninguna categoría social y que simpatizan con un equipo por herencia familiar, son devotos de una imagen sin querer pertenecer al cuerpo electoral de ninguna hermandad y sólo han entrado en alguna universidad, como decía el derribista Pabón, con la piqueta en la mano.
Esto nos lleva al delicado terreno de construir una identidad colectiva. ¿Qué podría hoy poner de acuerdo a una inmensa mayoría de sevillanos? Descartemos el fútbol, que divide a la ciudad en dos hemisferios, como los toros, porque la divisoria histórica entre gallistas y belmontistas se da ahora entre animalistas y aficionados.
Pero descartemos también una identidad expresada en términos auténticamente religiosos porque ésta no podría ir más allá de un barniz sociológico lo suficientemente superficial para poder echar raíces en ella. La hermandad del barrio o de la familia no puede aglutinar a los que son de fuera: no digamos ya a los inmigrantes recién llegados, ni siquiera a los de fuera del barrio o de la familia. ¿Qué nos queda?
El asunto es más delicado de lo que parece a simple vista. Durante todo el siglo XX, sólo una personalidad como la de Sor Ángela de la Cruz era capaz de suscitar unanimidades sin distinción de clase social, ideología o incluso creencia. Mucho me temo que hoy eso también estaría en discusión. Al final, surge la pregunta capital: ¿quiénes somos? Y aun más decisiva, su corolario: ¿qué queremos ser?
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