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ARMA Y PADRINO

Instituto de las mujeres pero no de todas

En cuanto un chaval siente cierto desafecto por la izquierda cae en el foso oscuro de lo inaceptable

Dsconocido Ábalos

La península de la falta de vergüenza

Rebeca Argudo

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El Instituto de las Mujeres (antes Instituto de la Mujer, cuando no mediaba disenso en la definición de este sintagma) hacía público estos días un simulacro de estudio etimológico sobre el término Charo, parece ser que imprescindible para una igualdad real. Que su uso en ... redes, concluye, es violencia simbólica y misoginia digital hacia las mujeres. Al mismo tiempo, y por esa manía que tiene la realidad de imponerse, insidiosa, como un espejo frente a nuestras contradicciones, una televisión de esas cuya programación está en plena sintonía con el credo gubernamental, anunciaba la emisión de un rigurosísimo y nada sesgado análisis sobre los «fachavales». Los fachavales son, explica la promoción, jóvenes seducidos por el discurso de la ultraderecha. Jóvenes mal. Y muchos. Porque, si atendemos al discurso actual emitido desde los canales oficiales y oficiosos de lo moralmente correcto (o sea, de Sánchez al espacio más a su izquierda), todo lo demás (o sea, de Sánchez al centro, del centro a la derecha moderada, de esta a la derecha y, de esta, a la más extrema), todo es ultraderecha. A bulto. Así, en cuanto un chaval siente cierto desafecto por una izquierda cada vez más desvinculada de sus preocupaciones, necesidades y anhelos y, en consecuencia, más se aproxima, por simpatía o necesidad, a otras opciones políticas, cae irremediablemente en el foso oscuro de lo inaceptable. Y deja de ser chaval para ser fachaval. Pero el término, no se me equivoquen porque su sentido de la lógica rompa a funcionar de manera intuitiva, no es violencia simbólica hacia los jóvenes que ejercen de pleno derecho su libertad de pensamiento. Ni es misandria digital ejercida por adultos supraideologizados que consideran que el menosprecio es la mejor baza para atraerles hacia su opción. Y no lo es por la misma razón por la que no lo son señoro, ni machirulo, ni pollavieja, ni cayetano: porque no es tanto el qué sino el quién. En realidad, ni siquiera Charo les parecería un inaceptable denuesto si, en lugar de dirigirse a las militantes hiperventiladas del esquizofeminismo hegemónico (esta definición es mía; no es la oficial del informe firmado por las Charos especializadas), se dirigiese a las mujeres que, estando a favor de una rabiosa y escrupulosa igualdad entre hombres y mujeres, nos sentimos alejadas de un movimiento que no nos representa por adanista, tuitivo, revanchista y victimista. De ser este el caso, lo que habríamos visto pasar ante nuestras narices no serían veinte páginas de frases deslavazadas, sin atisbo de profundidad conceptual pero sobre precioso fondo convenientemente morado, sino tremendo estepicursor rodeado de silencio e indiferencia. Por lo tanto, permítanme desde aquí, atendiendo a lo expuesto y por afinar un poco más el epígrafe, que proponga un nuevo cambio de nombre para tal organismo: creo que debería llamarse Instituto de las Mujeres pero no de Todas. Si cambiaron el nombre para no zaherir a las mujeres con pene, podrán cambiarlo ahora para no zaherirnos a las que tenemos vergüenza torera.

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