cardo maximo
El escándalo de la cruz
Ahí está el que nuestra sociedad no llega a comprender: la persistencia del padecimiento como el reverso de la moneda de nuestra existencia
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Iniciar sesiónAlgo bueno ha tenido la protesta naïf del «activista» del Museo en la noche del Lunes Santo porque ha devuelto la cruz al sitio que nunca había perdido: es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, a decir de San Pablo. Que un tipo ... proteste por la exaltación de un instrumento de tortura crudelísimo como era el patíbulo en el que los romanos ajusticiaban a esclavos y pueblos sometidos pero nunca a ciudadanos romanos es señal de que no ha entendido nada de lo que significa la cruz. Iba a decir que es culpa de nosotros, los que nos llamamos cristianos, por no haber sabido explicarle el mensaje implícito de amor que cuelga del madero reverdecido, pero no caeré en esa tentación de creer en las propias fuerzas antes que en el soplo del Espíritu Santo: a saber cómo se las va a ingeniar el Paráclito para hacerle ver a ese pobre hombre de la pancarta que no se trata de una exaltación del tormento físico sino de un canto de amor de quien ha seguido la voluntad del Padre hasta abrazar el sacrificio expiatorio.
La cruz es incómoda. No hablo ahora en términos morales, sino estrictamente físicos e históricos. Era un castigo cargar con el madero como se obligaba a hacer al reo de muerte sin posibilidad de renunciar a ese peso asfixiante. Éste llegaba extenuado al sitio de la ejecución, extramuros de la ciudad, lo que tiene una innegable connotación teológica que ahora no tenemos tiempo de desarrollar. Si a la crucifixión se le unía la brutal flagelación previa, como es el caso, lo verdaderamente milagroso es que el condenado llegara vivo al cumplimiento de la pena capital.
Pero la vida –no importa si regalada o con estrecheces sin número– nos enseña también que la cruz es inevitable. Cada uno tiene que portar la suya; cada uno sabe cuál es, la gama de cruces es infinita como la variedad de actitudes ante el sufrimiento, que es cuanto esta representa. Ahí está el escándalo que nuestra sociedad secularizada no llega a comprender: la persistencia del padecimiento como el reverso de la moneda con que pagamos nuestra existencia. No hay vida sin cruz por mucho que nos empeñemos en proveer de ansiolíticos y un ejército de profesionales de la salud mental trate las neurosis individuales. Quizá ninguna otra novela como la futurista 'Un mundo feliz' de Aldous Huxley ha llegado tan lejos a la hora de describir la relación inversamente proporcional entre la libertad y el sufrimiento humano en sus más variadas formas. Basta con acotar la primera para suprimir el segundo.
Por eso la cruz se convierte en necedad para la mentalidad helenista de la época de Cristo y la vana ilusión de eliminar el dolor –no me refiero al físico, sino a otro bien profundo y enraizado– en nuestra época. La gran enseñanza que no supo captar el mentecato de la pancartita es que solo un gesto libre movido por un amor infinito rompió para siempre la dictadura del sufrimiento. En la cruz nos hizo libres hasta para acoger su gran amor.
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