cardo máximo
Ahora o nunca
El Viernes de Dolores es el borde de la resbaladera por la que la ciudad se precipita suelta de manos, libérrima en su caída hasta que amanezca el Lunes de Pascua
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Iniciar sesiónEste es el día de lo inaplazable. No hay otro. Más allá de hoy, Viernes de Dolores, se abre un abismo de tiempo que nos distancia de la Pascua como un farallón imposible de escalar. No hay otra jornada con tantas urgencias como hoy; si ... acaso, por la mañana, la de la cabalgata de Reyes Magos, con su inmenso trajín de acá para allá. Pero la Epifanía se consume en un día y Sevilla tiene por delante diez jornadas de locura en la que nada está en su sitio, subvertidos los principios del resto del año, abolida la cotidianeidad y elevada la fiesta al rango de suma creación colectiva. El Viernes de Dolores es el borde de la resbaladera por la que la ciudad se precipita suelta de manos, libérrima en su caída hasta que amanezca el Lunes de Pascua y la Semana Santa de 2023 quede archivada en algún pliegue de la memoria colectiva.
En la última semana, en apenas un radio de cincuenta metros alrededor de casa he visto a las barredoras de Lipasam sacando lustre a los adoquines nevados de azahar, a una cuadrilla de la contrata de Parques y Jardines podando los árboles por donde tiene que pasar el Gran Poder y a unos operarios parcheando los baches que se han llevado todo el año exhibiendo sus encías melladas. No hay establecimiento que no se prepare para la marabunta: el bar de estreno cuelga con prisas el rótulo, letra a letra; el restaurante se aprovisiona de congelados ¿navarros? y la cafetería hace acopio de botellitas de agua con un ojo puesto en las previsiones meteorológicas. El hotel desventrado –un histórico al final de la calle– ha recuperado, en apenas una semana, los muros y los techos de las habitaciones remodeladas, todavía con las ventanas abiertas para que se oree la pintura; mobiliario, colchones, ropa de cama, todo va llegando como en oleadas mientras en el diminuto zaguán se turnan electricistas, carpinteros, pintores, cristaleros, informáticos para atornillar lo que sea, poner en marcha sus aparatos y darle vida a lo que no la tiene.
Lo mismo que el día de la Virgen no hay torero que se quede sin vestirse de luces, el Viernes de Dolores no hay instalador que no trabaje poniendo en marcha un aparato industrial que tiene que estar funcionando el Domingo de Ramos. No hay montador, almacenero o repartidor que esté de permiso este día. Un ejército de operarios hormigueando por toda la ciudad para poner a punto hasta el más escondido establecimiento que espere a la clientela.
Y lo mismo, en las casas: un maratón en cada cocina preparando ollas de bacalao con tomates, fuentes de torrijas enmeladas y lebrillos de pestiños. Ahora o nunca. ¡Si lo sabrán los de la compañía ferroviaria privada que inaugura precisamente hoy el servicio con Madrid! Todo el mundo espera a alguien que llega hoy, que vuela desde donde sea a miles de kilómetros, que sale de cualquier parte para llegar a tiempo. ¿Camino de Sevilla? Qué va. Camino de la gloria. Es Viernes de Dolores: ahora o nunca.
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