cardo máximo
La ciudad fragante
Los fríos de febrero y primeros de marzo bloquearon la floración de los naranjos hasta que se les ha echado el tiempo encima
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Iniciar sesiónSeguro que a ustedes también les ha pasado. Y a sus amigos. Y a los amigos de sus amigos. En realidad, no hay nadie que se haya quedado al margen de esta fragancia que inunda la ciudad. Está en todas las conversaciones desde hace un ... par de semanas, cuando la eclosión primaveral inundó de azahar los cuarenta mil naranjos que se alinean en las calles de Sevilla. Todo el mundo se pregunta lo mismo: ¿por qué este año huele tanto el azahar? O, al menos, ¿por qué a nosotros nos parece que esta primavera es más fragante?
La cuestión no tiene una sola respuesta, pero tiene que ver –explican los expertos en fenología– con los fríos de febrero y primeros de marzo que bloquearon la floración de los naranjos hasta que se les ha echado el tiempo encima y el azahar ha brotado en todos los árboles a la vez con un vigor inusitado: no hay barrio que se haya quedado rezagado, si acaso alguna acera en umbría o con orientación norte donde todavía los botones no han estallado las costuras del olor. Si a ello se le suma la falta de precipitaciones –aunque sean los chaparrones primaverales para regar el albero–, el resultado es una explosión de aroma por las calles donde están plantados los cítricos. Llegas a la plaza de Teresa Enríquez desde San Vicente, tragándote el humo de los mil coches por minuto que quieren aparcar en la Gavidia, y la bocanada es de época: un perfume adensado, dulce y penetrante con el que el vulgar naranjo, ralo de copa y de tamaño insuficiente, se redime de su escasa aportación a sombrear la ciudad. Es verdad que ha contribuido como ningún otro árbol a modelar el paisaje urbano y a definir una visión de la ciudad, pero si no fuera por estas dos o tres semanas en que nos ofrenda tan embriagadora fragancia, sería cosa de arrancar los naranjitos y plantar árboles de porte que con su follaje veraniego nos defendieran del inclemente y nada misericordioso sol de justicia.
Todo se lo perdonamos porque huele de maravilla. ¿Más que otros años? Puede que así sea. O puede que esta primavera, por fin, nos hemos olvidado todos de las mascarillas que hemos portado los dos últimos años y respiramos a pleno pulmón, llenándonos la nariz con ese delicado efluvio primaveral. No me extraña que los turistas –en pantalón corto, que ya son ganas de anticipar la respuesta al calor– se extasía con el aroma que inunda la ciudad estas fechas. Si somos nosotros, que lo llevamos oliendo toda la vida, y todavía nos sorprende. Lo que pasa es que al azahar lo tenemos muy maltratado. Han abusado de él tantos poetastros y se ha incluido en tantas poesía de tres al cuarto que casi lo miramos mal, como si la humilde flor nos resultara sospechosa del manoseo al que la someten pregoneros y exaltadores baratos.
Nos quejamos mucho de todas las inmundicias de esta ciudad tan descuidada como abandonada a su suerte. Pero no sabemos lo que tenemos. Será una pena ser ciego en Granada, pero anda que la de no tener olfato en Sevilla…
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