Todos con Velázquez

Si ahora se bautiza como Diego Velázquez, es obvio que descartamos todos los demás posibles nombres con los que podríamos llamar al aeropuerto. Hubo quien propuso una vez, completamente en serio, incorporar «Doñana» como reclamo turístico a la denominación oficial. La ambigua denominación como San Pablo tiene raíces geográficas por situarse el aeródromo en el cortijo de San Pablo, contiguo al prado del mismo nombre, predio demanial donde se levantó el polígono residencial que alivió la morrocotuda crisis de vivienda tras la riada del Tamarguillo. Por eso se llama San Pablo y por eso nadie va a mover un dedo para que conserve ese nombre que tanto choca en quien llega por primera vez a Sevilla.

Alguna vez he defendido, por escrito, que el aeropuerto de Sevilla debiera dedicarse a Felipe González en línea con una costumbre internacional que reserva nombres de honor a instalaciones aeroportuarias de primera fila. El JFK de Nueva York (donde el exalcalde Fiorello LaGuardia también tiene su pista de despegue), el Charles de Gaulle de París, el Sa Carneiro de Oporto o el Adolfo Suárez de Madrid van en esa línea. Con la perspectiva histórica que nos dan las cuatro décadas desde su triunfo electoral, nadie va a negar que González ha sido el presidente del Gobierno más decisivo en la historia de España de todo el siglo XX. Y, oh casualidad, nació en Bellavista.

Pues nada. Diego Velázquez para el aeropuerto como el Leonardo da Vinci romano o el Pablo Picasso malagueño. Honores con medio siglo de retraso. Cuando su casa natal se hundía y nadie se acordaba de Velázquez, Javier Guardiola (fallecido esta misma semana) y el duque de Segorbe rescataron aquella propiedad para dignificarla en 1972. Pero ahora todos somos velazqueños, ¡faltaría más!