Sevilla al Día
Gracias, Pedro
Ha sabido ocupar su sitio, detrás de Ella, la verdadera protagonista en esta ausencia, marcando sus palabras con el resultado de su trabajo
Pocas veces un aplauso fue tan puro y brotaba de un agradecimiento tan sincero como el que recibió antes de ayer junto al Arco el hombre que ha devuelto a Sevilla, en pleno tiempo de Adviento, los ojos de la Esperanza. En sus manos, como ... él mismo confiesa hoy en estas páginas, recayó la encomienda —póngale usted, querido lector, el adjetivo que más se acerque a la dificultad del reto— de cerrar la herida abierta una mañana de junio por una fallida intervención de la que mucho se ha hablado, a pesar de que le falta un último capítulo. No era una restauración al uso, era la rehabilitación de una devoción.
Las horas antes de que la ciudad saliera al encuentro de su Madre apenas fue capaz de conciliar el sueño. No era para menos. Generar un nuevo debate sobre si el nuevo rostro era el de la Virgen de siempre hubiese sido un cierre en falso a la cicatriz de Arquillo. No lo hubo. La respuesta es unánime. El alivio, generalizado. La Macarena ha vuelto y es gracias a las manos de Pedro Manzano. Quienes lo conocen dibujan a un profesional serio y riguroso; a una persona extremadamente formal y puntual; a un hombre comprometido y educado. A un ser con un cerebro y una memoria envidiable, y una paciencia infinita que le lleva a nunca perder las formas ante los demás, pero exigente.
El discurrir de estos largos meses de expectación evidencia que la encrucijada a la que se enfrentaba la hermandad y, por la dimensión de la devoción, la ciudad no podía no caer en mejor taller para su resolución. Ha sabido ocupar su sitio, detrás de Ella, la verdadera protagonista en esta ausencia, marcando sus palabras en todo momento con el resultado de su trabajo. No ha buscado más focos que los que iluminaban la talla para encontrar el perfil que más se aproximara a la autenticidad de la Virgen. Ha huido del protagonismo que le correspondía ante la envergadura de la travesía que le tocaba surcar, nada más y nada menos que recuperar a la Virgen de la Esperanza para quienes nacieron bajo su amparo. Pero este gaditano de San Fernando, ha caído en una ciudad sabia que a los pocos minutos de abrir las puertas de la basílica y proclamar que, de nuevo, estaba ante «su Madre», se rindió ante la evidencia del trabajo bien hecho y comenzó a escribir su nombre en la nómina de hijos ilustres.
De sus dotes para la restauración ya sabía la Sevilla cofrade, que ahora también es testigo de sus cualidades en su doble condición de médico para sanar heridas, de la madera y del alma cosida a una devoción que trasciende las murallas. No se corten a la hora de agradecerle su labor, que bien vale la Medalla de la Ciudad. Más aplausos para este humilde maestro que honra su oficio.
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