Suscríbete a
ABC Premium

PÁSALO

Un sestercio con la cara de Macron

Lo de Macron y las eléctricas ya lo hizo Diocleciano con un edicto de precios

Felix Machuca

Esta funcionalidad es sólo para registrados

A Macron, desde que anunció su empeño de nacionalizar las eléctricas, se la puesto una cara de césar de la tetrarquía romana que tira de espaldas. En su empeño por controlar los precios desmesurados de la energía, Macron ha imitado, por ejemplo, a Diocleciano, que ... firmó un edicto de precios cifrando los máximos para evitar así la hiperinflación que aquejaba a aquel mundo en declive y, por entonces, ya tocado del ala económica y principiando una transformación social que, en siglos venideros, no la conocería ni la madre que la parió. A algún especialista le escuché una vez que, conforme las cecas de hacer moneda se alejaban del centro radial del imperio, las efigies de los césares se parecían menos al emperador, siendo muy toscas y de realismo precario algunas de sus representaciones. No supe entender si el motivo de la impericia era el desafecto al sumo pontífice romano o una cuestión de falta de arte y oficios del impresor. Sea lo que fuere poco importa hoy. Porque hoy les quiero hablar de cómo, nuestros científicos, pueden encontrar claves valiosísimas en el tesoro de monedas del Zaudín para comprender mejor la volatilidad económica del imperio desde finales del siglo III después de Cristo. Nuevamente estamos con parecidos históricos razonables. Una moneda en tiempo de Augusto contenía el 99% de plata. Con Septimio Severo, esposo de Julia Domna a la que Santiago Posteguillo le ha dedicado dos entretenidísimas novelas, las monedas contenían la mitad de plata. En época de Diocleciano, tan solo un cinco por ciento del preciado metal. Una ficha de parchís valdría más que aquel engendro. A esas alturas del imperio, la crisis minera de la plata era un hecho incontrovertible, arrastrada desde antes de Marco Aurelio por incapacidad de la tecnología minera extractiva existente. Fue como si alguien le pisara la manguera del dinero al sistema que, poco a poco, fue perdiendo su nutriente mineral, su riego sanguíneo vital. El imperio se acogió al oro como valor refugio. Y al edicto de Diocleciano como una forma de buscar un imposible equilibrio en un barco en mitad de la tempestad. Solo los poderosos mercaderes y acaudalados aristócratas estaban en condiciones de pagar al Estado los impuestos en oro. Los que trabajaban para aquellos lo hacían para que los señores les pagaran sus impuestos en un metal que nunca tuvieron. Se estaban poniendo las primeras piedras del futuro sistema feudal y una forma nueva de esclavismo sin esclavos.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia