TRAMPANTOJOS
Tratado de paisajes cítricos
Hay una oculta historia sevillana tras el paisaje aromado del azahar
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Iniciar sesiónDe la misma forma que hay paisajes visuales y sonoros en la ciudad, marzo asombra con el paisaje aromado del azahar. No hace mucho leí un libro muy interesante: 'El país donde florece el limonero', de Helena Attlee, una especialista en jardines que repasa la ... historia de Italia a través de sus cítricos. Sevilla debería tener un libro semejante donde se reflejaran, como en un espejo de olores, sus mapas sin tiempo ni calendarios.
Si caminamos por la calle Sierpes, quizás podríamos descubrir el recuerdo del olor de la huerta-jardín que tenía el médico y botánico Nicolás Monardes. En ese lugar se cosecharon los primeros tomates de Europa y fue donde Monardes observaba el comportamiento de los cítricos allí plantados. Es sorprendente la sagacidad de Monardes para intuir el origen híbrido de los cítricos, algo totalmente desconocido en su época. En su 'Tratado sobre los cítricos', que escribió en 1540, desvela el curioso linaje de injertos del cidro, el mandarino, el zamboero, el limero, el pomelo y, por supuesto, el limonero y el naranjo. De ese mundo de olores desciende el aire que hoy respiramos en la ciudad.
El poeta vanguardista Oliverio Girondo aseguraba que en Sevilla «los patios fabrican azahares y noviazgos» y Gómez de la Serna improvisó una greguería sevillana al asegurar que las botellitas de agua de azahar «estaban llenas de noches de luna entre naranjos». Pedro Salinas pintó la ciudad en su poema 'Acuarela': «En agua sin sol/ sombras de naranjos/ entierran azahares». Y su compañero de generación y alumno Luis Cernuda resumió el alma de la ciudad en un verso: «Un olor de azahar,/ Aire. ¿Hubo algo más?».
Y hasta tenemos naranjales desaparecidos que guardan historias extrañas como el que había en San Diego y que albergaba un cementerio donde el viajero Richard Ford enterró a su hijo. Romero Murube lo recordaba al pasear por ese lugar luego convertido en parte de los jardines del parque de María Luisa: «Cada vez que paso me siento invadir por una tristeza especialísima... La del jardín que tiene un niño enterrado entre las raíces de sus flores y naranjales».
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