TRAMPANTOJOS
Arte y barbarie
Como los futuristas que querían quemar los museos, los jóvenes activistas de la National Gallery están atentando contra la cultura y la civilización
Imagino a Velázquez pintando la carne blanca de la diosa. Albayalde y carmín de Indias para intuir cómo corre la sangre bajo la piel lechosa. El lienzo vaga por los siglos posando oculto en aposentos privados de caballeros que 'miran': el marqués del Carpio, coleccionista ... con fiebres de voyeur; el duque de Alba o Manuel Godoy. Y así hasta que la piel blanquísima de la dama viaja hasta las frías nieblas de Londres para colgar en la posteridad de las paredes de la National Gallery.
Poco antes de que Europa se devorara a sí misma en la Primera Guerra Mundial una sufragista apuñaló el lienzo como forma de protesta. Y ahora, otra vez en una época de monstruos, vuelve a ser herida en una performance absurda. El espejo que sostiene Cupido, y que apenas refleja la imagen turbia de la bella, nos devuelve desde el otro lado las imágenes grotescas de estos tiempos líquidos.
Estos jóvenes idealistas y tontos están protagonizando la más estúpida de las revoluciones. Con su moralismo 'woke' provocan el efecto contrario. Luchan contra la extracción de combustibles fósiles en el planeta atacando los símbolos de nuestra civilización y de la cultura. El resultado es que en vez de provocar la empatía por una causa que nos apela a todos, muchos han pensado en usar esa misma gasolina para una gran hoguera. Una verdadera iconoclastia donde quemar no las obras de arte sino a los verdaderos bárbaros. Pero mejor no dar ideas en estos tiempos de crueldad, venganza e ira.
Estos presuntos modernos riñen creyendo dar lecciones de ética y ecologismo. Piensan que el futuro depende de ellos, que su resistencia servirá para salvar el planeta. Sin embargo, lo que está muerto es el futuro y el planeta si estos son sus habitantes. Hijos de la 'juvenilia' que padecemos, creen que son protagonistas de una revolución admirable. Y que sus hazañas son una provocación perfectamente justificada. Pero el fin no justifica los medios.
Criados en la ignorancia, ni siquiera intuyen que su rebeldía suena a estas alturas a sainete trasnochado. Se han conformado con ser una generación que no se asoma al pasado porque no está de moda. Y caen en un absurdo adanismo con esas rebeldías impostadas que ya practicaron otros antes que ellos.
Los atentados contra la cultura formaron parte hace más de un siglo del programa de provocación de los futuristas, aquellos jóvenes que intentaron quemar el pasado. Ahí está la perversa frase de Marinetti: «Un automóvil rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia». Aquellos Giacomo Balla, Umberto Boccioni, Carlo Carrà, Luigi Russolo o Gino Severini hablaban de la existencia viciosa de los museos. «Queremos destruir los museos, las bibliotecas, las academias de todo tipo», decían en su famoso «Manifiesto Futurista». Eran artistas, pero atentaron contra la belleza, la civilización y la cultura y terminaron integrados en el fascismo de Mussolini defendiendo la hermosura de la guerra. El mismo bando de la barbarie que estos fantoches y sus homilías ecologistas.
Renovación a precio de tarifa vigente | Cancela cuando quieras