Quemar los días
Eres pasivo agresivo y no lo sabes
La semántica de nuestros hijos está cambiando, y me temo que los mayores somos incapaces de adaptarnos a su nuevo lenguaje sin resultar esnobs o ridículos
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Iniciar sesiónAhora resulta que usar el icono del pulgar hacia arriba en whatsapp puede ser interpretado como un gesto pasivo agresivo, y despierta rechazo entre determinados receptores, concretamente los jóvenes adscritos a la generación Z. No lo digo yo, sino un reciente estudio realizado por una ... empresa demoscópica, que viene a concluir que algunos usos de los talluditos en redes —la generación boomer, esos que aún sabemos quiénes son Clotilde y Naranjito— resultan ridículos e incluso amenazantes para los más jóvenes.
Como tengo dos hijos que se adscriben al rango de los centennials —que así se llaman los de la generación Z; hay anglicismos hasta para tirar de la cadena del váter—, quise saber de inmediato su opinión sobre el particular. No se sienten cohibidos ni atacados por el uso del pulgar hacia arriba, siempre, eso sí, que lo empleemos nosotros. Porque ambos consideran que es un emoji viejuno. Esto me recuerda un día que andaba guasapeando con mi grupo de colegas de siempre, y tenía a mi hijo mayor al lado. Como ha sacado la vis cotilla de su padre, hacía como que veía la tele mientras estaba aliquindoi de mis mensajes. No sé lo que puse, pero él no pudo reprimir el comentario. Qué gracioso escribes, dijo, con un aire de condescendencia. A qué te refieres, le pregunté. Nada, contestó, que pones todos los signos de admiración e interrogación de inicio, sin ninguna abreviatura, con los acentos, y con esos iconos… El comentario me resultó tan chocante que de inmediato revisé el grupo de whatsapp familiar, donde tanto él como su hermana acaparan la mayor parte de la conversación —los mensajes de la madre y los míos suelen ser de tono mayoritariamente admonitorio—. Ellos utilizan pocos emojis. En su lugar, emplean stickers que algunas veces resultan indescifrables, al menos para mí. Los más comprensibles son los de perritos con ojos emocionados, pero también hay muchos a los que soy incapaz de extraer un significado: ratones que se retuercen como si les hubieran arrojado alcohol, perros que tiemblan como poseídos por la rabia, especímenes de un solo ojo con apariencia de fetos alienígenas…
Los campos semánticos de nuestros hijos están cambiando, y me temo que los mayores somos incapaces de adaptarnos a su nuevo lenguaje sin resultar esnobs o ridículos. Utilizar un sticker de perro tembloroso me parece tan impropio y extemporáneo como salir con mis hijos de discoteca.
Cada generación busca su lenguaje. Nada que objetar a ello, salvo que, entre las que vienen, el lenguaje ya no parece ser escrito, sino puramente visual. La ortografía, la sintaxis o la claridad expositiva no son aspectos que puedan competir con un buen sticker. El cambio, me temo, es mucho más trascendente de lo que imaginamos.
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