tribuna abierta
Un Falcon para el prófugo
El lawfare, el acoso judicial constituye el mayor atropello perpetrado contra la independencia de los jueces, a la espera de los términos de la indeseable ley de amnistía
Antonio Moreno Andrade
Desde el mismo momento del recuento de las pasadas elecciones generales sabíamos lo que previsiblemente ocurriría con la investidura a la presidencia del Gobierno. Imposible imaginar el mecanismo de los acuerdos pero latía la seguridad de que Sánchez acabaría llevándose el gato al agua. Él ... lo sabía; ni fue capaz de reconocer la victoria del adversario ni de felicitar a su líder por el indudable triunfo en el recuento. Era inimaginable, sin embargo, las fechorías que estaba dispuesto a inventarse y el destrozo que para el Estado de Derecho sería capaz de articular.
Dígase lo que se diga, la amnistía es contraria a la Constitución. Amnistía y democracia son términos incompatibles. Peor si se hace selectiva y parcial. Significa borrar los delitos y sus sanciones, desautorizar a los jueces y conceder omnímoda libertad a delincuentes. Con el partido ERC el presidente en funciones había llegado a un acuerdo de amplio contenido, que incluye medidas económicas de importancia, regalías que le son negadas a otras autonomías, la gestión del ferrocarril de cercanías y, naturalmente, la amnistía, aún sin precisar su contenido y extensión. Se ha ido luego conociendo las facturas que habrá de abonar a Bildu, el partido heredero de la ETA y al PNV, siempre presto a venderse al mejor postor. El escollo -aparente, al menos- lo tenía en Junts, que lidera el inefable Carles Puigdemont.
Este individuo huyó cobardemente de España, tras el fracaso del procés, introducido en el maletero de un automóvil. Lleva años refugiado en la ciudad belga de Waterloo, viviendo a cuerpo de rey y regateando los inútiles esfuerzos de la Justicia española por juzgarle. Recientemente ha sido imputado por un presunto delito de terrorismo. Su partido político, Junts, ha obtenido en las pasadas elecciones generales siete escaños, los que le faltaban a Sánchez para obtener la mayoría precisa para gobernar. Éste no ha escatimado en dispendios a su favor para captarlos, mientras el prófugo ha permanecido jugando con él, incrementando cada vez más el precio de sus votos hasta límites inimaginables y que, sin embargo, el presidente del gobierno en funciones se ha mostrado ciegamente presto a satisfacer. Su última ocurrencia consiste en incluir en la amnistía a algunos amigos que ninguna intervención tuvieron en el esperpéntico procés. Básicamente sus pretensiones, amén de lo ya logrado por ERC, estriban en la concesión de un referéndum acerca de la independencia de Cataluña y un régimen fiscal propio.
Aceptado que la amnistía constituye un procedimiento anticonstitucional, acceder a las pretensiones del prófugo supone un desastre para la democracia, una quiebra del principio de igualdad y el fin de la separación de poderes, pues aboca abiertamente a un sistema federalista, contrario a los mandatos constitucionales. El presidente ha consumado su disposición más abyecta y contraria a la ética, España resulta humillada y el mundo judicial vilipendiado, pues una decisión de tal calado implica un total desprecio a la Constitución y a los principios que la informan, especialmente a la unidad de la Patria.
Y ello, esencialmente la amnistía, supone, como ha quedado dicho, una quiebra del Estado de Derecho, un golpe al principio de igualdad y un torpedo a la línea de flotación de la independencia del Poder Judicial. Amén de dejar sin castigo a más de un centenar de delincuentes seleccionados, a la cabeza de los cuales se halla el propio prófugo. El lawfare, el acoso judicial constituye el mayor atropello perpetrado contra la independencia de los jueces, a la espera de los términos de la indeseable ley de amnistía.
La sociedad, gran parte de la misma, asiste estupefacta, inane a estas tropelías que cambiarán la esencia de este país y cuyas consecuencias resultan impensables. Quizá nos encontremos ante el más grave atropello consumado por el presidente de todos los muchos que ha cometido sucesivamente y de los que había renegado antes de perpetrarlos. No cabe mayor desgracia para la democracia de un país que verse gobernada por este personaje.
La oposición en vano se manifiesta una y otra vez en las calles, expresiones dolorosas a la que se va añadiendo más gente según se suceden. Nada hará doblegar la voluntad del ambicioso presidente, que es capaz de traicionar principios cuyo acatamiento en su día solemnemente juró a cambio de unos votos que le permitan gobernar en otra edición del gobierno Frankenstein, merced a una amalgama de partidos comprados. Su personalidad se explica sencillamente, por ejemplo, en el hecho protagonizado en el acto de la Jura de la Constitución por la princesa de Asturias. Al mismo tiempo que el presidente le prometía solemnemente la lealtad del Gobierno, una ministra del mismo manifestaba que no cesaría de luchar para que doña Leonor no llegara nunca a reinar. Al presidente sólo le queda en su desesperado dispendio ofrecerle al prófugo un Falcon para que vuelva triunfal a tierras españolas.
¡Qué gran tragedia!
Magistrado
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