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LA TERCERA

Los latidos de una fuerza apostólica

«En estas horas reconocemos la sorprendente aportación a nuestra vida eclesial del Papa venido del sur, con el amor de Jesús en su corazón y la solicitud por anunciar el Evangelio a los pobres en cada palabra y en cada gesto»

NIETO

Luis Argüello | Arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española

Cuando Jorge Mario Bergoglio llega de Buenos Aires para participar en el cónclave convocado por la renuncia del Papa Benedicto XVI resuenan en Roma y en la Iglesia, especialmente la occidental, las preguntas que en el sínodo sobre 'La nueva evangelización para la transmisión de ... la fe cristiana' se habrían de abordar en octubre de aquel año 2012. Todas estas cuestiones podríamos resumirlas en esta: ¿cómo evangelizar en la actual situación de nuestra sociedad? El elegido Papa Francisco hace suya la inquietud y ofrece su experiencia vivida en Buenos Aires y también en el encuentro eclesial celebrado en Aparecida. Desde entonces, su pontificado ha querido abrir un proceso impulsando una gran corriente eclesial. Ésta arranca en la alegría de haber experimentado la misericordia que moviliza; la Iglesia es invitada de nuevo, como en la Pascua primera, a salir a evangelizar, pero ahora en este momento de grandes transformaciones de todo tipo. Ha de hacerlo como pueblo peregrino entre los pueblos y en permanente misión. Esta no se realiza, en este momento de la historia, desde el poder, sino desde el testimonio que encarne la dimensión social del 'kerygma' (el mensaje central de la Fe cristiana) en la vida comunitaria y en el servicio fraterno a los empobrecidos de cualquier clase o condición. Es vida y misión en permanente discernimiento del paso del Señor por la historia y del descubrimiento de su voluntad; para ello ha de poner los ojos en la realidad, más importante que las ideologías, del rostro de los pobres, en la crisis demográfica, en la economía que mata, en la 'guerra mundial a trozos', en la contaminación ambiental, como altavoces concretos de la llamada a ofrecer la misericordia que restaura la dignidad herida y contribuye al bien común. Para salir la Iglesia ha de abandonar la autorreferencialidad y la mundanidad espiritual y experimentar una conversión pastoral que convoque a todos los bautizados a participar en la comunión y misión de la Iglesia.

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