LA BARBITÚRICA DE LA SEMANA
«Mi voz van a escucharla hasta las piedras»
Recordar es un acto político y jurídico. La desmemoria también es democrática
Ser de un imperio
Son incómodos, por eso hay que defenderlos
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Iniciar sesiónDurante noviembre de 1936, el militar Cecilio de Lora fue fusilado junto a dos mil personas en Los Cuatro Pinos, una zona al lado derecho de la carretera de Barajas a Cobeña, en Paracuellos del Jarama. La operación de aniquilación de miembros del bando ... nacional necesitó varios días para ser llevada a cabo en su totalidad. Veinte años después, durante su exilio en Puerto Rico, Segundo Serrano Poncela, uno de los autores intelectuales de aquel fusilamiento, coincidió con Juan Ramón Jiménez. «No he dejado mi país para acabar dándole la mano a un asesino», espetó el poeta al responsable de las órdenes de salida de varias sacas de presos de las cárceles madrileñas
Represaliado y acusado de robo por sus compañeros comunistas, Segundo Serrano Poncela envió al Comité Central del PCE y a las Juventudes Socialistas Unificadas en París una de las cartas más amargas que un purgado puede remitir a los suyos. Tener la conciencia sucia solo, apartado y purgado supone un doble castigo para quien, siendo verdugo, acaba descubriéndose también víctima. Escribe Serrano Poncela: «Me obligan ustedes a escribir una carta que no pensaba hacer ahora, tan grande es el asco que tengo y las ganas de olvido que me envuelven. También les anuncio que con esta carta no he terminado de defenderme. Y que mi voz van a escucharla hasta las piedras porque es la voz de toda una generación joven desaparecida en la tierra de España, engañada y maltrecha por ustedes y sus amos. Envenenada para siempre, quizás, por sus permisos artificiales, sus mentiras, sus folletos, sus consignas y sus pancartas».
Esta historia vuelve al presente en 'Recordar es político (y jurídico)' (Alianza Editorial), un libro que Pablo de Lora escribió para aclarar la forma y los motivos por los cuales su abuelo, Cecilio de Lora, fue asesinado en 1936. Militar a punto de retirarse, Cecilio de Lora se negó a abrazar la República. Su formación militar le hizo desconfiar de ese ejército indisciplinado y popularizado. Eso lo sabe ahora el lector porque Emilia de Lora, mujer de Cecilio y abuela de Pablo, insiste en que quede fe de ese gesto.
Esta es la historia de una familia y la de un país. En ellas hace coincidir Pablo de Lora las preguntas esenciales sobre qué se recuerda, quién pone en marcha esa memoria y, sobre todo, con qué fines. El relato de la historia de su abuelo permite no sólo arrojar luz sobre un episodio deliberadamente silenciado por ambos bandos, también desarrolla una profunda reflexión sobre las reparaciones impuestas, así como los malentendidos antepuestos a los hechos que acaban por ofrecer una visión maniquea de la Guerra Civil y la Transición. «Mi voz van a escucharla hasta las piedras». La frase de Serrano Poncela retumba. En tiempo de blanqueamientos, eufemismos, confusiones, exhumaciones interesadas y olvidos deliberados, este ensayo de Pablo de Lora estremece, emociona y preocupa. A la memoria la separa de la desmemoria algo más que un prefijo. Eso también es político.
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