LA TERCERA

Trump y Europa: ¿valores o intereses?

«'La bandera sigue al dólar', escribió el condecorado general del Cuerpo de Marines Smedley Butler. A los iberoamericanos no nos sorprende tanto que un presidente de EE.UU. se comporte como un rufián, porque hemos visto llegar a los marines para derrocar a nuestros presidentes, mientras que en Europa predomina la imagen de que se desangraron en la playa de Omaha para liberarnos del nazismo»

'Metanoia', con Barceló al fondo

'El Españoleto' en París

CARBAJO & ROJO

Las descalificaciones que Donald Trump arrojó contra el presidente ucraniano Volodímir Zelenski llamándole «dictador» y acusándole de haber provocado la invasión de su país por Rusia han terminado de convencer a muchos europeos de que Estados Unidos no es «la ciudad resplandeciente sobre la ... colina» que predicó Ronald Reagan. La falsificación de la realidad por parte de Trump ha causado tanta indignación como el discurso de su vicepresidente, J. D. Vance, en Múnich, donde arremetió contra Europa porque dijo que ha traicionado sus propios valores. Estamos ante un Gobierno norteamericano que expresa de forma descarada sus propósitos y su concepción del resto del mundo, una visión exenta de valores en la que sólo predominan sus intereses.

El himno del Cuerpo de Marines de Estados Unidos arranca diciendo: «From the halls of Moctezuma to the shores of Tripoli; we fight our country's battles in the air, on land, and sea». Los 'salones de Moctezuma' se refieren a la batalla de Chapultepec, librada en 1847 durante la guerra entre México y Estados Unidos, mientras que las costas de Trípoli aluden a la represión de los piratas berberiscos a comienzos del siglo XIX. A quienes hemos crecido al otro lado del Atlántico, que un presidente de Estados Unidos se comporte como un rufián no nos sorprende tanto como parece que sucede con las nuevas generaciones de europeos. La explicación es que los iberoamericanos hemos visto llegar a los marines a nuestras capitales para derrocar a nuestros presidentes mientras que en Europa predomina la imagen de que se desangraron en la playa de Omaha para liberarnos del nazismo. Como ha escrito David Mejía hace unos días, «cada cierto tiempo hay que recordar que el eje de los supuestos valores de Estados Unidos no era la democracia sino el anticomunismo». Pero incluso en España la sorpresa que hoy produce la falta de escrúpulos de Trump es llamativa, puesto que hace 40 años la mentira del 'Maine' y la Guerra de Cuba seguían siendo un episodio firmemente anclado en el imaginario español.

El tiempo que tardó Estados Unidos en intervenir en las dos contiendas mundiales del siglo XX es un argumento frecuente para ilustrar el aislacionismo de Washington y lo mucho que le ha costado cruzar el Atlántico para intervenir en los asuntos europeos. Fue la resistencia de Franklin D. Roosevelt a los requiebros de ese formidable publicista que era Winston Churchill la que tiñó de dramatismo ese episodio de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en Iberoamérica siempre hemos sabido que aislacionismo no es sinónimo de no intervención. Desde sus inicios como nación, Estados Unidos mostró un patrón de conducta dispuesto a asegurarse por todos los medios sus intereses. Primero se enfrentó a las potencias europeas para desalojarlas de su territorio; después, en un reflejo heredado del Reino Unido, usó su incipiente Marina para, en un momento tan temprano como las primeras décadas del siglo XIX, proteger sus intereses comerciales en sitios tan remotos como Libia, Argel, Indonesia o la Polinesia. A contar de 1823, al amparo de la doctrina de James Monroe, su quinto presidente, que se opuso al colonialismo europeo en Iberoamérica, comenzó una serie de intervenciones en las repúblicas americanas. En 1833, los marines desembarcaron en Buenos Aires para proteger los intereses de Estados Unidos en medio de una insurrección local. En 1835, cuando la República de Perú cumplió once años de vida independiente, los marines ya estaban patrullando en el Callao y Lima en medio de una revolución.

Las acciones de protección de sus intereses pronto fueron mutando y dieron paso a intervenciones de mayor calibre. Es lo que sucedió con Panamá. En 1865, los marines desembarcaron para proteger sus intereses, pero en 1885 intervinieron contra Colombia para permitir la construcción del llamado Ferrocarril de Panamá y, finalmente, a comienzos del siglo XX forzaron la independencia de Panamá de Colombia para asegurarse el control de la zona porque el istmo panameño era la ruta más corta entre el Pacífico y el Atlántico incluso antes de la construcción del canal.

Sería largo enumerar todas las acciones que Estados Unidos ha desarrollado en las Américas. Cuando el costo de intervenir militarmente aumentó y se necesitó mantener el grueso de las tropas en Europa durante la Guerra Fría, el Pentágono desarrolló la doctrina de la Seguridad Nacional, una inyección de anticomunismo en la formación de los oficiales iberoamericanos que pasaban por la Escuela de las Américas del US Army, creada precisamente en Panamá. Esta doctrina, que estaba más dirigida a la represión interna que a la defensa ante un enemigo exterior, fue la causante de la extensión de la tortura y de la práctica de las desapariciones de personas en las dictaduras militares que dirigieron los destinos de Chile, Argentina, Uruguay y Brasil.

La última intervención militar unilateral de Estados Unidos en Iberoamérica fue en Panamá en diciembre de 1989, cuando derrocó al régimen del general Manuel Antonio Noriega. Hay una operación en 2004 en Haití tras el derrocamiento del presidente Arístide, pero es bajo bandera de la ONU. Por lo tanto, Iberoamérica lleva 36 años sin ser testigo de acciones militares unilaterales de Estados Unidos para proteger sus intereses. ¿Significa esto que Washington ha entendido que no se puede entender a palos con sus vecinos? Hasta ahora, parte de lo ocurrido podía atribuirse a la noción de que había que comportarse de acuerdo con unas reglas multilaterales, pero también es cierto que el eje de los intereses reales de Estados Unidos no ha pasado por Iberoamérica.

Hay otro documento que hay que desenterrar en esta ocasión. Me refiero al famoso discurso 'La guerra es un latrocinio' del general Smedley Butler. Este hombre fue el oficial más condecorado del Cuerpo de Marines y el brazo ejecutor de la política del Gran Garrote de Theodore Roosevelt. Cuando se retiró en 1935, tras cumplir con eficiencia su tarea, reflexionó en un libro sobre lo que había hecho y escribió: «En 1914 defendí la seguridad de los intereses petroleros en México, Tampico en particular. Contribuí a transformar a Cuba en un país donde la gente del National City Bank podía llevarse tranquilamente los beneficios. Participé en la 'limpieza' de Nicaragua, de 1902 a 1912, por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por orden de las grandes azucareras norteamericanas, llevé la 'civilización' a la República Dominicana. En 1923 'enderecé' los asuntos en Honduras en interés de las compañías fruteras norteamericanas. En 1927, afiancé los intereses de la Standard Oil en China. Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas lecciones a Al Capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes... La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera». Hay que recordar a Butler, sobre todo cuando nos empezamos a poner estupendos con el discurso de los valores.

SOBRE EL AUTOR
JOHN MÜLLER

es periodista

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