Nochevieja

Y como la democracia con los barones con pellizcos de monja se va diciembre, con menos alivios que incertidumbres.

Yo, por lo del Mundial y un desamor, este año no iré a Sol, que ya pude ver al sano pueblo español divertirse haciendo el ganso hará un año. Y no repito ni bajo amenaza.

De lo que sí me acuerdo es del humor de los 31, con los ya mentados Josema y Millán, y después los chistes gruesos que empezaban en casa de los abuelos, y acaban en esos tugurios felices donde tenían tabaco, gente habladora, clientes silenciosos, y vasos de tubo mal fregados con un corazón en el borde; o eso me contó mi madre. Crecí así, sin traumas, recogiendo los regalos en papel moneda que había dejado Papá Noel bajo el Nacimiento en el 31, y el tío abuelo sacerdote, Fernando, que entendía este corrimiento de las tradiciones, y se reía, que además de confesor fue cómplice de mis aventuras con la pólvora barata de los petardos.

Una Nochevieja se puede y se debe hacer balance. O antes. Pero yo, más que balance que me llevan a Las Vistillas, quiero hablar del humor, que fue en tiempos salvíficos, y más ahora que tenemos los muertos sin contar, a Fernando Simón en el limbo, y el circo de tarde de JJ Vázquez animando el coser de calcetas para que pensemos en nada. Como los gañanes de Machado.

La Nochevieja sin musa es una nadería, un reciclar miasmas televisivas, y un país que tiene que reírse –por decreto–, de lo que quieren –por decreto–. Yo me dormiré pronto. Con la TV vernácula. La de Juanma, ese Feijóo con zambomba.