TIGRES DE PAPEL
Más solos
La soledad no se repara sino a través de la conversación, el tacto y el camino
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Iniciar sesiónNo hay minoría más vulnerable que la que encarnamos los individuos aislados. Y esa es una minoría absoluta para la que casi nunca hablamos. La vida es soledad, decía Ortega. Una soledad radical. Este rigor lo podemos aceptar desde una perspectiva teórica, pero nos aterroriza ... cuando se impone sin anuncio sobre nuestras horas y nuestros días. Hay, nadie lo duda, una suerte de goce en el retiro y en el aislamiento. Que no nos hablen y que no nos miren puede convertirse, a veces, hasta en un alivio. Pero confrontar la soledad es un placer adulto que aún puede disfrutarse cuando los momentos sin compañía son excepcionales. Por eso ningún niño debería sentirse solo. Por eso sentirse solo se parece demasiado a recordar cómo nos sentíamos solos cuando éramos apenas unos críos.
Nuestros jóvenes creen que están cada vez más solos, o al menos así lo advierten varios estudios e indicadores. La soledad es, en sí misma, una sensación redundantemente solitaria porque nadie puede enmendarte esa intuición privada. Si te sientes solo, estás solo, al igual que si crees que estás enamorado, estás enamorado. No importa que el tiempo o cualquier experto revierta tu vivencia. La soledad no tiene nada que ver con la proximidad de los otros, ni con la mera yuxtaposición de los cuerpos. La soledad no se repara sino a través de la conversación, el tacto y el camino. Pues decía Homero que son amigos dos que caminan juntos. Dejas de estar solo cuando comprendes y te sientes comprendido.
Uno de los remedios para la soledad es la vida pública en su acepción más noble. E incluso, por poco intuitivo que nos parezca ahora, la propia política en su sentido más puro. Las banderas y los países existen porque nos sabemos solos. Así los clásicos nos definieron como animales gregarios, precisamente, porque sin compañía no somos capaces. No podemos sobrevivir ni tan siquiera soñar con una buena vida si no tenemos a otras personas cerca. Y hasta el más sabio de los hombres, aquel que podría consagrarse a una vida contemplativa aislado con sus pocas verdades, necesita algún amigo, diría Aristóteles. Sin la cercanía de los que son como nosotros tampoco podríamos practicar virtud alguna.
Del mismo modo que no existe peor melancolía que la tristeza de las fiestas, el terror de la soledad ha renovado su vehemencia en este contexto de total conectividad. En un tiempo en el que se rompen todas las cadenas apostamos, también, por destruir los vínculos reales. El mundo está tan feo que demasiadas personas sueñan con la posibilidad de no querer pertenecer a él. Barrunto que ahí radica el triunfo de los identitarismos. Por eso el reto político de nuestros días consistirá en resolver cómo hacer comunidad entre unas mujeres y unos hombres que sean y que aspiren a ser enteramente libres.
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