CABEZA FRÍA
El silencio de Prometeo
Guardar silencio ante un acoso opera como cómplice del mismo. Callar ante un abuso no es situarnos en posición de indiferencia sino elegir no defender
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Iniciar sesiónUna mañana cualquiera de finales de los años ochenta. Un patio de instituto. Un grupo de adolescentes en el recreo. Un chico distinto, solitario, intenta acercarse a uno de ellos, que se aleja haciendo que el resto le imite. Fran, el niño diferente, se queda ... solo en medio del patio. Al cabo de un rato, lo vuelve a intentar. La respuesta es la misma pero ahora sin disimulo, con risas. Aún así, hace otro intento y ahora el grupo sale corriendo en lo que se convierte en una dinámica que se repite porque le resulta muy divertida al grupo. Horas después, el adolescente al que Fran intentó acercarse se arrepiente:
–Oye. Perdona lo de esta mañana.
–¿A qué te refieres?
–Pues a irnos corriendo cuando te acercabas.
–Ah. Era un juego, ¿no?
Esta sencilla escena ficticia, sacada del libro 'El silencio de Prometeo' de Joaquín Chico de Guzmán, abre una ventana a la realidad de las personas con autismo, a su maravillosa inocencia y a su dificultad para concebir la maldad ajena aún sufriéndola en sus carnes. A diferencia de Christopher en 'El curioso incidente del perro a medianoche', de Mark Haddon, Fran no es el protagonista. Aún así, logra llenar una novela que en realidad versa sobre el acoso en la adolescencia, desterrando el análisis simplista de una víctima y un verdugo para llevarnos a una realidad compleja donde la víctima no es el débil sino el diferente, el acosador tiene una historia detrás y hay cómplices necesarios: todos aquellos que guardan silencio.
La historia que nos cuenta 'El silencio de Prometeo' es la del daño que asesta un caso de 'bullying' no solo al que lo sufre sino a todos los que de una manera u otra juegan un papel. El protagonista no es la víctima ni el verdugo pero su vida se ha roto por lo que calló y por las veces que no quiso ver.
Las reflexiones a las que lleva este libro son incómodas. La principal, que guardar silencio ante una injusticia te convierte en cómplice de ella. Callar ante un abuso no es situarnos en una posición de indiferencia sino tomar la posición de colaborador porque lo que en realidad elegimos es no defender. Aquello que decían Edmun Burke de que «para que triunfe el mal solo es necesario que los buenos no hagan nada» o Martin Luther King con su «no me preocupa el grito de los violentos; me preocupa más el silencio de los buenos». Las consecuencias, como en el caso de Jokin Cebeiro, aquel primer suicidio de un adolescentes por acoso que conmocionó a España hace veinte años, pueden ser dramáticas.
La historia se cuenta en dos tiempos. En 1989, cuando se narra el acoso, y en 2004 cuando persisten sus efectos. En ninguno de esos momentos existía el día mundial del autismo que celebramos el miércoles, y que desde 2007 intenta concienciarnos de las experiencias que viven las personas con esta condición. La lectura en este 2025 actúa como un tercer tiempo en el que las preguntas que nos terminamos haciendo también son incómodas desde un interrogante que resulta obligado: ¿Nos acercamos lo suficiente al autismo o seguimos teniendo la pulsión de alejarnos?
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