Suscribete a
ABC Premium

Tribuna abierta

La vida tenía un precio

Rubén Moreno

En Romeo y Julieta, William Shakespeare demostró ser un profundo conocedor de las pasiones humanas, y desde luego, del más sublime de sus sentimientos: el amor. Aunque a finales del siglo XVI no se supiera, todas esas pasiones y sentimientos eran química. Una química que ... ciertamente hace al ser humano capaz de lo más sublime, como el amor de Romeo y Julieta; y de lo más deplorable, como la Italia del siglo XIV, la de los bandos, la de los partidos, la que impregnada de odio, ensangrentaba familias, calles, pueblos y estados. Igual que hoy, aunque sea en sus versiones más civilizadas. Entonces, todo lo presidía el pensamiento mágico religioso. Hoy todo lo explica la ciencia. Romeo y Julieta eran pura química: encendidos por la dopamina, fuente de placer, sensación de bienestar, y determinante de una atracción ciega; convertidos por la norepinefrina en satélites el uno del otro; y todas sus emociones, con la dopamina y serotonina revolucionadas, intensificadas por la feniletilamina. Eso es química. Todo en nosotros es química. Y si pretendemos mantener en funcionamiento esa gran factoría química que es el ser humano, a veces necesitamos soluciones químicas. Hablamos de solucionar enfermedades. Y ahí es donde entra la investigación farmacéutica. Química también. Parece simple, pero no es tan fácil.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia