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Todo irá bien

La tristeza

Salvador Sostres

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Hay un hilo conductor que cose las medidas del Gobierno, todas y cada una. Fíjense bien: es la tristeza. La tristeza de quien fracasó, de quien no tuvo suerte. Una tristeza honda, a lo largo del tiempo. No les fue bien la libertad, no supieron ... qué hacer con ella. No detectaron la alegría, pasó Dios y no le vieron, no descubrieron la última profundidad del amor. Vidas de todo a un euro, ninguna esperanza y todo el recelo. Hay gente así, museos andantes del inconveniente, dementores que apagan la luz al pasar, detallados mapas de la decepción, corazones que laten al revés y querrían parar el mundo porque no entienden su ritmo y sólo se sienten seguros si todos estamos tan tristes como ellos. Lo que piensa Isabel Celaá de la familia es lo que piensa una persona desesperada, opaca, rota. Ni siquiera la culpo por ello, porque sólo desde la patología puede afirmarse que «los hijos no pertenecen a los padres» y en casa me enseñaron a no burlarme de los enfermos. Basta con repasar la biografía de los ministros y del presidente para entenderlo. A nadie le ha ido bien, no han sido felices, se afirman todos en el revanchismo, en el resentimiento, ninguna idea positiva ha salido jamás de sus bocas ni de sus cerebros. No han proyectado ninguna luz. He conocido a algunas mujeres opacas, sordas al Misterio, y he visto que aunque fueran inteligentes y hermosas poco a poco se iban tragando mi luz, mi alegría que levanta estadios, con el único propósito de desbaratar -porque increíblemente les ofendía- mi equilibrio en la cuerda floja de la maravilla. Puedo asegurarles que al final siempre pierden: los siniestros políticos, las mujeres siniestras. Por ello, la respuesta a sus ataques no puede ser nunca la amargura, la excesiva preocupación ni su misma vileza. Somos los del júbilo, somos los de la luz, los de las buenas ideas, los que hemos visto la caricia de Dios sobre la Tierra. Somos los padres de Maria, somos la familia, nos ha ido muy bien y lo celebramos, y somos generosos, y somos agradecidos, y sabemos para qué sirve la libertad y cómo utilizarla. Somos los que entendimos que el amor es un don y así nos damos, nos fundimos y nos reanudamos. Somos los de la compasión, los de la ternura, los que perdonamos hasta a los que quieren matarnos, porque efectivamente no saben lo que se hacen.

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