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Una raya en el agua

Los peones negros de Puigdemont

La mentalidad del separatismo sigue anclada en un delirio victimista al que ahora añade zafios bulos conspirativos

Ignacio Camacho

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Una de las claves cruciales del discurso del Rey el 3 de octubre de 2017 hay que buscarla un mes y medio antes, en la encerrona que Felipe VI sufrió durante la manifestación convocada en teoría para repudiar el atentado islamista del 17 de agosto ... en Las Ramblas. Fue entonces, en aquella marcha que el separatismo y su cómplice populista Ada Colau convirtieron en una orquestada expresión de repulsa a la Corona y al Estado que representa, cuando el Monarca percibió en persona la naturaleza desleal, artera, del desafío ya en ciernes que respondería con tanta firmeza en su intervención televisada tras la crisis del referéndum. Fue allí donde supo de primera mano que el designio de ruptura era una prioridad superior incluso al respeto a las víctimas y a la más elemental solidaridad con el dolor de una comunidad agredida. Donde constató, al observar el obsceno desprecio supremacista con que era recibida la sincera empatía del resto de España, que ya no había puentes que tender y que iba a resultar inútil cualquier esfuerzo de aproximación a quienes habían decidido atacar las bases de la convivencia nacional con todo lo que cayese a su alcance. Donde se dio cuenta de lo que el Gobierno de Rajoy prefería ignorar: que se trataba de una emergencia de Estado.

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