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La noche más larga

«Nada debe envidiar Papá Noel a los Reyes Magos (no vengo aquí, no se inquieten, a reivindicar nada), y supera, como mínimo, a quienquiera que llevara mirra el día que otro llevó oro, alterando para siempre las normas del amigo invisible. Si en algo mejora el trío al viejo de las barbas níveas es en su insoportable tardanza. Único regalo perdurable para quien, pudiendo mirarse los pies, mira el horizonte con el secreto deseo de no alcanzarlo nunca»

RODRIGO CORTÉS

Nada tiene este escribidor contra Papá Noel –santo entrañable con ropa de saldo que bebe de la petaca, entre columnas, en el aparcamiento del centro comercial–, y su origen secular como obispo cristiano debería blindar a los tradicionalistas del recelo. Nicolases ha habido muchos, en ... diferentes tallas, del de Bari al de Goscinny, y más o menos todos han sido buenos. Poco puede objetarse al celo de quien desafía la estrechez de la chimenea para dejar calcetines bajo el árbol del niño pasmado: nada educa más en el carácter que la decepción. Tampoco extraña que los niños prefieran vestirse de fantasma para recoger caramelos a sentarse ante el Tenorio, como otros escuchan a Bach antes que a Falla, sin que Falla, que sabía lo que hacía, nada tenga peor que no ser Bach. El Tenorio mejora mucho y se desvela en su verdad si se viste a Don Juan de vampiro, y los niños aplauden más. O aplaudirían, sólo por acostarse tarde, objetivo último del infante con horarios, que son su techo de cristal. Los anglosajones dicen patio, mosquito y guerrilla, renunciando a mejorar palabras que ya les suenan bien, y viven en Los Ángeles (aunque le quiten la tilde, como los adolescentes de aquí), en el cruce de La Brea con Pico. O con Santa Mónica. O con San Vicente Boulevard (los americanos son también de afrancesarse, y dicen, sí, bulevar; dicen, a su manera, toilet, igual que nosotros fútbol, como los franceses escriben football y dicen luego lo que pueden, igual que nosotros champán, crep y cruasán ). Me parece bien, por tanto, desde los angostos márgenes de mi entendimiento, que San Nicolás, Colacho, el Viejito Pascuero o Santa Claus velen por los niños buenos en la nieve del trópico o en el sol de aquí , y sólo –y por poner algún pero– discuto la fecha, anticlimática y confusa, que niega la espera y amortigua, sin querer, el placer irremplazable de la expectación.

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