Vidas ejemplares

El PP vasco no es el problema

Lo trascendente es que Sánchez está desmontando el Estado en dos comunidades

Cada vez que escuchen a un mandatario ganador de unas primarias proclamar con sonrisa beatífica aquello de «a partir de ahora cuento con todos», tengan por seguro que el lunes comienzan a rodar cabezas. En política, cuando un líder alcanza la cúpula tras una liza ... interna lo primero que debe hacer es conformar un equipo totalmente a su gusto y arrancar las posibles raíces de disidencia interna. Sé que no suena grato ni romántico, pero es lo que funciona, porque la cocina de los partidos es siempre una charca de pirañas. El zorruno Giulio Andreotti, tan retorcido como inteligente, lo resumió con su gracia cínica: «Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales... y compañeros de partido». Maquiavelo, otro italiano con más conchas que un galápago, pero perfecto conocedor del alma humana, recomendaba al líder las soluciones drásticas: «A los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos».

Probablemente Casado pecó de bueno manteniendo a Alfonso Alonso en el País Vasco. Procedía del sorayismo, la facción a la que se había enfrentado el nuevo jefe del PP, y aunque se trata de un político correcto y trabajador, tampoco es que Alonso sea exactamente un mago de las urnas (como cabeza de cartel en el País Vasco, en 2016 empeoró el resultado con un diputado menos; en las generales de abril el PP no logró ningún escaño allí y en las de noviembre, solo uno). Pero además existe una división estratégica sobre cómo plantar batalla al nacionalismo, que en su día provocó ya una gresca entre la fogosa Cayetana y el no menos sulfuroso Alonso. El líder del PP vasco es de los adeptos a la coletilla «algunas cosas solo se entienden estando aquí», y aboga por un cierto entendimiento con el PNV. Cayetana mantiene la tesis opuesta (y creo que acierta). Sostiene que al nacionalismo solo se lo puede derrotar algún día confrontándolo en todos sus términos. La experiencia de Ciudadanos en Cataluña, donde llegó a ganar unos comicios, o la crecida de los tories británicos en Escocia, prueban que lo que funciona electoralmente es plantarse ante el separatismo y ofrecer una alternativa radicalmente opuesta. En este debate, Casado sintonizaba más con las tesis de Cayetana. Alonso era «una situación heredada», que se iba soportando «por no montar un lío», que diría el viejo Mariano.

Ahora Génova ha cerrado un acuerdo con Arrimadas para concurrir juntos en el País Vasco, lo cual tiene toda la lógica. Alonso ha plantado la firma de ese pacto indignado porque dice que no se le ha tenido en cuenta. El culebrón animará un par de días el ambiente político. Además será harto amplificado por los medios oficialistas, pues sirve para distraer al público de la gamberrada del caso Ábalos y de la oprobiosa mesita con Torra. Las cuitas del Génova y Alonso son amenas, pero no muy trascendentes. Lo grave y serio aquí es que Sánchez está desmontando el Estado ante nuestras narices en dos regiones de España, precisamente aquellas donde más peligra la unidad de la nación. Alonso pasará (o no, que diría también Mariano). Pero la felonía de Sánchez puede resultar irreversible.

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