Bachilleratos a voleo

De los tres niveles de enseñanza, primaria, secundaria y superior, la más importante es la segunda, el llamado Bachillerato. No sólo por experiencia personal (cuanto sé lo aprendí en él) sino porque coincide con la adolescencia, edad en que se forma el carácter, se toma conciencia de uno mismo y de las relaciones con los demás, aparte de descubrir la vocación. O sea, se forma también el ciudadano. Lo que había antes, en casa y en la escuela, era demasiado estrecho para abarcarlo y lo que viene después, la universidad o escuela técnica superior, sólo es ampliación de lo ya aprendido.

La segunda observación nada tiene que ver con el alumno, sujeto pasivo, sino con el profesor, y apenas influye que sepa mucho o poco de la asignatura, sino que sepa enseñarla, que logre despertar el interés de la clase, hasta el punto de poder decirse que la mayoría de las vocaciones parten del profesor que la enseñaba, descubriendo sus secretos a los alumnos y relacionándolos con el resto de los saberes. El «Que nadie entre si no sabe Geometría» en la Academia de Platón podía ser el lema de esta educación integral, opuesto al «Yo soy de Letras (O Ciencias)» tan de moda como inculto, cuando matemáticas y filosofía empiezan a ir del brazo.

La tendencia de todos los planes desde la reforma del Bachillerato de Villar Palasí, que dividió el de siete años en dos, elemental y superior, fue trocearlo cada vez más, siendo, como queda dicho, la base de toda enseñanza. Con las debidas consecuencias empobrecedoras. Actualmente tiene tres modalidades, Científico, Humanidades y Ciencias Sociales y Artes, que pasarán a ser cinco: Ciencias y Tecnología, Humanidades y Ciencias Sociales, Artes musicales y escénicas, Artes plásticas, imagen y diseño, más un llamado Bachillerato General que abarca Ciencias, Humanidades, Socioeconomía y Artes de todo tipo, especie de resumen del que estudié. Si a nosotros nos costaba siete años digerirlo, no sé cómo se las arreglan en dos. Y el problema del profesorado, ni tocarlo. Por no hablar de exámenes, repeticiones de curso y recuperación, que nadie se atreve a abordar, no sea que le llamen fascista. Luego nos extraña que, los llegados a ministros, ministras y altos cargos no sepan sumar ni restar y no se pongan de acuerdo. El progreso tiene estas bromas.