Filosofía de uso social

Es un intento de reflexión filosófica que, sin renunciar a la profundidad y preocupación por principios fundamentales y cuestiones de fondo, es decir, sin aportar protocolos de actuación o deontología moralizante, propone herramientas para elucidar la legitimidad de los fines que elegimos en nuestras vidas y las condiciones de posibilidad de los medios que escogemos para alcanzarlos. «La filosofía debe determinar con claridad los fines a los que debe orientarse nuestra conducta» dice Eugenio Trías.

Intenta, este ensayo, ser una muestra de tal combinación: no perder, por un lado, su marco de rigor en términos de la tradición de la que se nutre (la filosofía occidental), y no desistir ni un ápice de la meta última que persigue: ser una filosofía de uso social y ser susceptible de un empleo crítico por parte del lector. Su subtítulo encarna esa doble exigencia: la actitud ética como atajo a la felicidad.

Pero para conseguir esa conjunción, la escritura filosófica debe cuidar mucho el estilo y ser lo que Trías denomina una literatura de conocimiento, es decir, usar un registro de escritura que tenga capacidad de atracción por su creatividad y cuidado lingüístico, y poder suscitar, así, en el lector una tensión reflexiva.

El antedicho ensayo intenta satisfacer ese requisito; algo que Pablo d’Ors calificó, en este mismo diario, como intriga filosófica a propósito del estilo de redacción de un servidor; se trata –reseñó este crítico– de un subgénero ensayístico que persigue, mediante pistas racionales, la demostración de una intuición a la manera de una pesquisa detectivesca.

En el referido libro intento descubrir, junto al lector, los principios esenciales para poder tener las actitudes que sincronicen, de un modo sostenible, la satisfacción con la vida (es decir, la felicidad), por un lado, y el placer o deleite, por otro. Pues los días que nos ha tocado vivir presentan dos grandes singularidades que hacen posible, por vez primera en la historia, que las personas comunes tengamos, de un modo perdurable y sostenible, experiencia de una satisfacción gozosa con la vida.

Es sólo desde hace tres lustros que, gracias al descubrimiento del genoma humano, por un lado, y a la unión física de la especie homo –provocada por las tecnologías digitales–, por otro, la filantropía –esto es, el amor por el ser humano– es de veras posible. Pues es desde finales del pasado siglo que sabemos, a ciencia cierta, qué significa anthropos: sólo existe una única raza humana, y ésta quedará ya, por siempre jamás, irreversiblemente unida mediante las ligaduras físicas que crea la red de redes y sus tecnologías relacionadas.

El libro intenta hacer descubrir a su lector que la actitud de servicio filantrópico es el camino más corto para gozar, de una forma sustentable e independiente, de la vida. Sostiene que sólo hoy puede tenerse y mantenerse en su forma más completa, porque sólo hoy sabemos que amor por lo humano significa, exactamente, amor por la única raza humana que habita un planeta física e indisolublemente entrelazado y cableado.

El segundo aspecto novedoso de nuestra era, que nos hace viable la experimentación perdurable del placer, es que hoy nos arrobamos y cautivamos por lo sublime humano con conocimiento de causa. De ahí que nos podamos enamorar de ello. Claro que anteriormente a la era tecnológica las creaciones de la mente maravillaban a nuestros ancestros, pero éstos no eran capaces todavía de detectar lo atemporal y universal que hay en esas humanas capacidades, pues sólo hoy somos conscientes –gracias a la contemporánea filosofía de la ciencia– de que esos logros humanos encierran signos que trascienden las limitaciones del tiempo, las restricciones del espacio y de la mente individual.

El ensayo descubre, así, cómo alcanzar el óptimo sostenible de una placentera satisfacción con la vida. Arranca del hecho de que sostener el placer en el tiempo es posible mediante el disfrute de la belleza. Empero, el lector descubre enseguida que ésta implica la servidumbre o dependencia continua con respecto de la presencia del estímulo sensorial estético (sea natural, sea artístico). De ahí que el libro emprenda la búsqueda de otro tipo de experiencia de belleza que sortee esa fundamental limitación.

Y la encuentra: es experiencia de belleza, sí, pero de otra índole: la belleza moral o sublimidad. Pues muestra cómo lo sublime nos produce igualmente placer pero de un modo sostenible e independiente de inputs sensoriales. Así, el lector logra localizar finalmente el atajo que nos conduce a tales tipos de experiencias de lo sublime: actitudes filantrópicas (no necesariamente grandilocuentes) de nuestra cotidianidad que trasciendan la finitud de nuestro yo y nos hagan entrar, mediante la acción desinteresada, en contacto pasional con lo universal que hay en lo humano.

@ArashArjoma es filósofo y profesor de Ética en la EUSS (UAB)