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En defensa del doctor Sánchez

No podemos admitir que la valía del genio inmortal sea pisoteada por los envidiosos y los mediocres

Juan Manuel de Prada

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Anda el facherío patrio muy exaltado, lanzando insidias contra la tesis del doctor Pedro Sánchez. No podemos admitir que la valía del genio inmortal sea pisoteada por los envidiosos y los mediocres. Así que hemos decidido salir en su defensa.

Se acusa al doctor Sánchez ... de plagiar en su tesis informes ministeriales y artículos académicos. Borges nos enseñaba que el Quijote escrito por Cervantes era una obra muy distinta al mismo Quijote escrito con las mismas palabras por Pierre Menard. Cervantes, escribiendo a principios del siglo XVII, se dejaba llevar por las inercias de la retórica y el pensamiento propios de su época; Pierre Menard, en cambio, al transcribir las mismas palabras tres siglos después, estaba esforzándose por imitar una obra de regusto arcaizante. Pues algo semejante ocurre en este caso. Cuando leemos los pasajes de los informes y artículos que el doctor Sánchez habría supuestamente fusilado, nos tropezamos con una prosa farragosa, mazorral e inepta. En cambio, cuando leemos esos mismos pasajes en la tesis del doctor Sánchez nos admira que un hombre tan brillante y perspicaz se haya rebajado hasta el extremo de renunciar a su prosa eximia, imitando a la perfección la prosa farragosa, mazorral e inepta que aparentemente copia. ¡Sobrecoge pensar en los esfuerzos ímprobos y humildísimos que el doctor Sánchez habrá tenido que realizar, para desasirse de sus ideas geniales y de su escritura llena de donaire! También se acusa al doctor Sánchez de que su tesis incluye pasajes de artículos que había antes firmado en comandita con profesores que luego fueron vocales en su tribunal de tesis. Esto, a simple vista, podría constituir una prevaricación como un castillo. Pero, ¿quién puede resistir la tentación de hacer una aportación a la obra inmortal de un genio, aunque sea renunciando a la propia autoría? Sabemos que fueron muchos (empezando por Sócrates) los filósofos griegos a quienes no importó hacer aportaciones a los diálogos que luego firmaría Platón. Sabemos que los aprendices del taller de Tiziano hicieron contribuciones anónimas a los lienzos que luego firmaba el maestro. ¿Quién no querría colar de matute algún hexámetro de cosecha propia en La Ilíada? ¿Quién no desearía dar alguna pincelada inadvertida en Las Meninas? ¿Cómo vamos a reprochar a esos profesores una venial prevaricación, si a cambio sus palabras forman ya parte de una obra imperecedera, en íntima amalgama con las palabras de un hombre preclaro y providencial? Sólo los miserables y los ruines podrán hacerlo.

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