República Democrática del Congo: la fractura perpetua
lAS CONSECUENCIAS DEL FIN DE USAID (iV)
Usaid, con sus programas de asistencia humanitaria y desarrollo, ha sido una de las pocas estructuras constantes en un país con una inestabilidad casi perpetua
India: el desarrollo en pausa
Colombia: una paz sin raíces
Ucrania: la ayuda que también se fue
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Iniciar sesiónEn la vasta geografía de la República Democrática del Congo, las distancias no se miden solo en kilómetros, sino en tiempos muertos, en territorios sin Estado, en comunidades suspendidas entre el pasado colonial y un presente que nunca se consolida. Durante décadas, el ... país ha dependido de la cooperación internacional para intentar sostener un mínimo de estabilidad institucional. Usaid, con sus programas de asistencia humanitaria y desarrollo, fue una de las pocas estructuras constantes en ese escenario volátil. Su retirada ha dejado al descubierto una realidad que nunca terminó de construirse.
Más que un actor externo, Usaid funcionaba como una estructura paralela de atención a crisis prolongadas. La RDC no es un país en pos-conflicto. Es un país en conflicto perpetuo, fragmentado por dinámicas locales de poder, economías ilícitas y luchas por los recursos. En ese contexto, los programas de Usaid cumplían una doble función: mitigar el impacto inmediato de las crisis humanitarias y establecer condiciones mínimas para resistir el colapso. Esa estructura, articulada a través de decenas de ONG locales e internacionales, era una red viva de contención social. Su desmontaje ha implicado el deterioro progresivo de esa red: clínicas móviles abandonadas, programas nutricionales detenidos, escuelas informales cerradas, redes sanitarias que colapsan frente a brotes epidémicos que se repiten cíclicamente.
En regiones como Kivu del Norte y Kivu del Sur, donde el conflicto ha dejado millones de desplazados y la violencia sexual se utiliza sistemáticamente como arma de guerra, la presencia de Usaid fue durante años una de las pocas garantías de asistencia mínima. Numerosos programas ofrecían atención integral a mujeres y niñas sobrevivientes de violación: atención médica de urgencia, apoyo psicológico, rutas de protección, acceso a justicia local. Con su desaparición, muchas sobrevivientes han vuelto a quedar atrapadas en el silencio, sin recursos, sin protección y sin alternativas.
A ello se suma la desaparición de programas clave de salud materno-infantil en regiones remotas, donde dar a luz siempre fue un acto de riesgo. Las brigadas sanitarias apoyadas por Usaid permitían, al menos, reducir los índices de mortalidad en partos precarios, formar parteras tradicionales, garantizar kits básicos de higiene y seguimiento prenatal. Sin ese apoyo, aumentan las muertes evitables, tanto de madres como de recién nacidos, en zonas donde lo más básico —agua limpia, vacunas, atención primaria— ya era una excepción.
En paralelo, el desplazamiento forzado continúa sin tregua. Se estima que más de seis millones de personas viven fuera de sus hogares, muchas en asentamientos informales, sin acceso a servicios. Usaid sostenía programas de emergencia en campamentos, distribución de alimentos, educación básica, refugios temporales y acompañamiento legal. Su retirada ha dejado a comunidades enteras a merced de redes improvisadas de solidaridad o bajo el control directo de grupos armados.
La fragilidad institucional congoleña convierte cualquier crisis en una amenaza sistémica. Epidemias como el ébola, el cólera o el sarampión, que requerían intervenciones quirúrgicas y coordinadas, eran contenidas en parte por la capacidad logística y técnica de la cooperación estadounidense. La retirada de ese soporte ha obligado a muchos actores locales a improvisar con recursos insuficientes, provocando un retroceso en indicadores de salud pública que ya eran alarmantes.
Con el cierre de Usaid, la República Democrática del Congo pierde no solo un respaldo económico, sino una red de soporte que, durante años, hizo posible lo esencial: sostener la vida en medio del colapso.
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