El miedo vacía las calles de Caracas en un toque de queda autoimpuesto
La escalada de violencia ha provocado la paralización del transporte público y que los venezolanos no vayan a trabajar
Tiendas cerradas, concesionarios vacíos... Y cuando cae la noche, la ciudad se convierte en un desierto
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«Grita tu nombre completo y lugar si estás siendo víctima de una detención arbitraria». Esa es una de las tantas recomendaciones que difunden las oenegés para aquellos venezolanos que salen a protestar en Venezuela. En el país bolivariano, la represión a la protesta ... es algo que se da por sentado y la ciudadanía está preparada en cada esquina y cada balcón para registrar con sus móviles cualquier abuso. En medio de la censura impuesta, esas imágenes no aparecen en la televisión, pero sí circulan a través de las redes sociales y en ellas se encuentran decenas de vídeos de manifestantes o transeúntes siendo detenidos y golpeados por las autoridades. Material gráfico que, con indignación, se viraliza y en el que queda claro que el abuso es cometido por funcionarios uniformados, aunque pocas veces se sabe quién es la víctima o adónde se la llevan. El paradero de muchos de ellos tarda días en darse a conocer. Por eso recomiendan a quienes están siendo arrestados vocear su identidad.
Desde que el chavismo dio a conocer el primer boletín de las elecciones los arrestos se cuentan por cientos y los muertos se acercan a la veintena. Son métodos para causar miedo y paralizar a una población que se encuentra a la expectativa de un inminente cambio. La tensión y el nerviosismo se nota en las desoladas calles. Los concesionarios que antes exhibían coches han sido vaciados, en previsión de posibles disturbios y saqueos. Hay pocos negocios abiertos; sobre todo aquellos que venden alimentos perecederos. Pero las rejas de esos comercios están a medio abrir, listas para ser cerradas en cualquier momento. Y los comerciantes cuelgan el cartel de «cerrado» mucho antes del horario habitual para poder llegar y resguardarse en sus hogares desde temprano. Cuando cae la noche, Caracas se convierte en un desierto.
Esta semana, Gabriela –un nombre ficticio para resguardar su identidad–, de 38 años, no ha ido a trabajar. Vive en la parroquia 23 de enero, al oeste de la ciudad. Una zona cuyo nombre conmemora la fecha en la que un golpe de Estado puso fin a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y que se encuentra desde hace años bajo el control de los colectivos, las fuerzas parapoliciales que fueron armadas por el chavismo.
Sin transporte público
Según explica Gabriela a ABC, ha sido imposible para ella desplazarse hacia la oficina en la que trabaja, al otro lado de la ciudad, porque no hay transporte público. Estos días los colectivos han estado dando vueltas por todo el lugar para amedrentar y han impuesto un toque de queda. «Querían asustar a la gente y dijeron que no salía ni entraba nadie a partir de las seis», asegura. Su empleador le dijo que se quedara tranquila en casa; el lunes siguiente volverán a evaluar la situación.
«Querían asustar a la gente y dijeron que no salía ni entraba nadie a partir de las seis», asegura Gabriela en referencia a los colectivos
El castigo por romper la ley impuesta por los colectivos siempre ha sido violento. «El martes en Catia –una zona popular aledaña al 23 de enero– no dejaban salir a nadie. Al que veían por ahí lo abordaban, le robaban la moto y lo golpeaban», relata Gabriela. Sin embargo, hay gente que vive al día y necesita ir a trabajar para poder alimentarse. Uno de sus familiares tuvo que salir ayer de su casa, sabiendo que existe el riesgo de que después no encuentre la forma de regresar.
Gabriela habla todavía con temor: «Me da miedo salir, están matando a las personas». Pero el terror del Estado no es suficiente para aplacar el descontento. Uno de sus familiares reside en Petare –una de las barriadas más grandes de América y ubicada en el este caraqueño– y le aseguró que «el barrio va a bajar hoy de nuevo». «La gente de Petare es otra cosa, otra ciudad», comenta Gabriela. «Esa gente no había salido nunca», y ahora se manifiesta con fuerza.
El Gobierno de Maduro ha anunciado la detención de más de mil personas «relacionadas con hechos vandálicos», acusándoles de «fascistas» por apoyar las «guarimbas», las protestas opositoras. Por esa razón Gabriela le recomendó a su pariente que fuese precavida; los petareños se organizan a través de los estados de WhatsApp, donde queda registro, con nombre y número de teléfono, de quién promueve la manifestación. Pero la respuesta recibida es que el cansancio y el hartazgo es mayor que el miedo. «Allá la gente está resteada contra el fraude», asegura Gabriela.
La noche del miércoles los 'cacerolazos' retumbaban por todo Los Teques, una ciudad dormitorio a 30 kilómetros de Caracas y en donde no cesan las protestas. Este jueves, la zona amaneció sin electricidad y con la noticia de que al menos 16 de los manifestantes detenidos en las protestas serán presentados ante un tribunal antiterrorista. Allí reside Gustavo, sexagenario que trabaja como vigilante en un edificio residencial en el este de Caracas. Pero la inoperatividad del transporte público lo ha obligado a quedarse en casa de su hermana en Caricuao, a 23 kilómetros de su lugar de empleo, pues le resulta imposible regresar a su hogar.
Para Antonio, un joven de 28 años que prefiere no compartir su apellido, la situación es distinta. Trabaja en una importante empresa farmacéutica y le han concedido teletrabajo. Su labor puede prescindir de la presencialidad, pero a quienes trabajan en el área de producción les han proporcionado pequeños autobuses privados para poder desplazarse. Son los esfuerzos de las empresas privadas que luchan contra todas las dificultades para producir dentro de un país que se ha venido a menos en las últimas décadas. «Hubo un día en que se fue la luz en toda la planta y ni siquiera en ese momento nos dejaron ir a casa. Esto es completamente excepcional; nunca nos habían permitido teletrabajar», relata.
En el suroeste de Caracas la basura no ha sido recogida y las bolsas de desperdicio se acumulan en las aceras. En algunos mercados comienzan a verse anaqueles vacíos, a la espera de reposición. En los canales de televisión y las emisoras de radio sólo suenan voces oficialistas; las de la disidencia solo pueden hacer uso del deficiente internet.
Tensa calma
Mientras tanto, se respira en Venezuela una tensa calma. Reina la incertidumbre entre los ciudadanos que no saben cuál será el desenlace de este conflicto. Algunos mantienen las esperanzas de que la oposición haga valer la voluntad de la mayoría que votó por un cambio el 28 de julio. Mediante la feroz represión, Nicolás Maduro quiere imponer la paz social. Pero los venezolanos insisten en que esa paz llegará cuando el Gobierno haga públicas las actas de votación que, a cuatro días de las elecciones, y vencido el lapso legal para presentarlas, aún no se conocen.
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