Pedro Rodríguez - De lejos
El hijo tonto del Kremlin
Lukashenko se dispone a pasar del clientelismo al vasallaje para seguir controlando Bielorrusia
Alexander Lukashenko y Vladimir Putin
Dos nostálgicos de la era comunista se reunieron ayer en Sochi . Con un escenario privilegiado entre las montañas nevadas del Cáucaso y el mar Negro, Alexander Lukashenko y Vladimir Putin se dedicaron a reinterpretar una oportunista versión de la gran película alemana «Good ... Bye, Lenin», en la que por devoción a una madre enferma se intenta recrear el socialismo soviético en todo su miserable esplendor.
Putin –en su papel de protagonista, guionista, director y productor de su moderna autocracia– ha aportado al «show» de Sochi su versión actualizada de la doctrina Brezhnev. Política formulada en 1968 pero muy vigente hoy en día en un Kremlin obsesionado con recrear esferas de influencia propias de aquella Unión Soviética que ante la Primavera de Praga se declaró dispuesta a intervenir con tanques si fuera preciso en aquellos países del bloque socialista que se atrevieran a cuestionar a sus gobernantes.
Lukashenko, por su parte, se enfrenta a la misión cada vez más imposible de prolongar su régimen de 26 años , periodo en el que ha intentado gobernar como si el muro de Berlín no hubiera caído, como si la democracia y el respeto a los derechos humanos fueran una maléfica injerencia extranjera y como si a estas alturas fuese posible hacer pasar a un país de 9,5 millones de habitantes por el aro del “socialismo de mercado” que consiste en reconvertir la economía en un empobrecido parque temático de centralización, planificación y estatalización.
De responsable de una granja colectivista, Alexander Lukashenko ha llegado bastante lejos. Sobre todo gracias al oro negro de Moscú facilitado a cambio de lealtad geopolítica, en un programa de fraternidad proletaria genialmente bautizado como «petróleo por besos» . Sin embargo, ese clientelismo ha terminado mal. Como hijo tonto del Kremlin, Lukashenko ha mordido la mano que le daba de comer (y que también le mantenía en el poder). Aunque no hay que descontar su último cartucho: exhibir el trapo rojo de Ucrania y hablar de injerencias internacionales para que el Kremlin se arranque de nuevo convirtiendo la soberanía limitada de Bielorrusia en vasallaje.