Segunda Guerra Mundial
80 años de la mayor locura de Hitler en la IIGM: «Estrangularemos a la serpiente rusa»
El 22 de junio de 1941 tres grupos de ejército nazis atravesaron la frontera soviética durante la Operación Barbarroja, el comienzo del fin del Tercer Reich
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Iniciar sesiónTras zambullirse de lleno en la invasión de Francia y los combates alrededor de Europa central, al teniente Heinz R . poco que le quedaba por ver. Pero el destino alberga siempre la capacidad de sorprender y, durante el verano de 1941, recibió nuevas ... órdenes: participar en la invasión del coloso soviético el 22 de junio , la Operación Barbarroja , llamada así en honor del emperador Federico I. Las primeras jornadas de avance masivo sorprendieron a este joven teniente. A pesar de que se topó con focos de resistencia rusos, pudo disfrutar de algunos lujos propios de los tiempos de paz. «Metí los pies en un manantial de agua fría. Algunos conductores incluso se desnudaron y se lanzaron al agua», escribió a su esposa cuatro lunas después.
Heinz era más que optimista aquellas primeras horas. Todo parecía acabado antes de empezar. «La población se alegra de nuestra presencia. Está deseando ver a Stalin en la horca. Algo que no debería tardar en suceder porque nuestros tanques caerán pronto sobre Moscú». El teniente siempre recordó el « calor asfixiante » de aquellos primeros días en la Unión Soviética . Jornadas en las que el «polvo y la suciedad» eran sus más conocidos acompañantes. No podía imaginar que, en poco más de cuatro meses, iban a dejar paso a las intensas lluvias, al frío extremo y a una debacle que, según la opinión de pesos pesados de la historia como Andrew Roberts o Antony Beevor, le costó la Segunda Guerra Mundial a Adolf Hitler.
A través de la correspondencia de los soldados alemanes que participaron en la Operación Barbarroja se puede hacer un bosquejo de cómo el sueño se transformó en pesadilla. Desde aquellos primeros días en los que casi cuatro millones de soldados invadieron la Unión Soviética en tres grandes Grupos de Ejército, hasta la llegada a enclaves determinantes como la ciudad Leningrado, donde toda la potencia de la ‘ Wehrmacht ’, la ‘ Kriegsmarine ’ y la ‘ Luftwaffe ’ de poco sirvió ante la tenacidad soviética. El balance no puso ser peor para Hitler. No se llegó a los pozos petrolíferos del Cáucaso (el objetivo inicial), no se tomaron urbes de la talla de Stalingrado y, sobre el papel, el Reich y sus aliados tuvieron que lamentar más de 420.000 fallecidos, 800.000 heridos y 43.000 desaparecidos.
Exterminar al enemigo
Como aquel joven teniente, Adolf Hitler ya había vivido muchas guerras antes de que sus panzer atravesaran las fronteras de la Unión Soviética en 1941. Pero ninguna fue tan especial para el dictador como la Operación Barbarroja . Para el ‘cabo bohemio’, como era conocido entre la oficialidad, el Este era algo más que vasto territorio por dominar; más bien suponía dos cosas. Por un lado, acabar con el que, según sus tesis, era el origen de los males de Europa: el judeo-bolchevismo. Por otro, hacerse con el ansiado ‘Lebensraum’, el espacio vital que creía que le habían arrebatado a Alemania tras la Primera Guerra Mundial .
No se puede decir que ocultara sus intenciones, pues las había repetido hasta la saciedad en su ‘ Mein Kampf ’, escrito en prisión en 1924. Ya en los primeros capítulos de esta obra insistía en que «un pueblo que se reduce al plan de colonización interior […] se verá obligado a recurrir a la voluntaria restricción de su natalidad». Por ello, era partidario de que Alemania «adquiriera nuevos territorios colonizables para el excedente de nuestra población» en el viejo continente. Y que lo hiciera por la fuerza, pues ya desde «el siglo XIX no era posible adquirir por medios pacíficos zonas apropiadas a la colonización». Sus tesis señalaban a costa de quién: « Si se quiere hacer en Europa, no podrá hacerse sino a costa de Rusia ».
El capítulo catorce, dedicado a la «orientación política hacia el Este», era el cenit de estas ideas. En el mismo hacía referencia, para empezar, a que era imposible que Rusia y Alemania fueran aliadas alguna vez. «Fuera de todo esto, no debe olvidarse jamás que el judío internacional, soberano absoluto de la Rusia de hoy, no ve en Alemania un aliado posible, sino sólo un Estado predestinado a la misma suerte política. Alemania constituye para el bolchevismo el gran objetivo inmediato de su lucha». Por ello, llamaba a « arrancar de una vez a nuestro pueblo de la estrangulación de esta serpiente internacional » atacándola en su madriguera. Para colmo, en su calenturienta mente planeaba someter a las clases dirigentes estalinistas y crear en la URSS una suerte de haciendas romanas dirigidas por una burguesía germana y labradas por esclavos rusos.
Muerte anunciada
La decisión de asaltar la Unión Soviética ya estaba tomada en junio de 1940. El día 29, Hitler informó a sus oficiales de la operación. Y lo hizo a pesar de que había firmado en 1939 un pacto de no agresión con Stalin que incluía la división de Polonia y la recepción de miles de toneladas de materias primas desde el Este. El 31 de julio ordenó idear un primer plan para atacar Rusia. Solo puso dos condiciones: la conquista de los centros económicos de Ucrania y de la cuenca del Donets y la toma de las fábricas armamentísticas de Leningrado y Moscú . Los planes se fueron sucediendo, cada uno más pulido que el anterior, hasta que el líder nazi cursó de forma oficial y secreta la Directiva número 21, la orden definitiva de golpear al gigante rojo, en diciembre de 1940.
A partir de entonces, y perdonen por usar el tópico, la Operación Barbarroja fue la crónica de una muerte anunciada. Así lo confirma a ABC el divulgador histórico Pere Cardona , autor de varias obras sobre la Segunda Guerra Mundial como ‘ Lo que nunca te han contado del Día D ’ y que, en breve, publicará un nuevo ensayo sobre espionaje. « Stalin recibió hasta ochenta avisos tanto de sus servicios secretos como de otros países insistiéndole en que Hitler atacaría la Unión Soviética, pero se negó a creérselo. Le paralizó el miedo y no quería despertar al gigante germano», explica. En palabras de este experto, autor también de la página web ‘ Historias Segunda Guerra Mundial ’, su actitud rozaba casi la paranoia.
«Tuvo una infinidad de avisos. El 1 de marzo de 1941 Estados Unidos detalló al embajador soviético en Washington los planes de ataque contra su país. Incluida la Directiva número 21 . Habían conseguido la información a través del agregado comercial norteamericano en Berlín, que, a su vez, la había obtenido de un alto cargo del Partido Nazi. Stalin no hizo caso. También a principios de junio, Friedrich-Werner von der Schulenburg , embajador germano en Moscú, advirtió a Vladimir Dekanozov , el embajador soviético en Berlín, que el ataque era inminente. Este transmitió la información al Kremlin . El Camarada Supremo se enfadó muchísimo y dijo que Europa había llegado a un punto en el que “la desinformación alcanza el nivel de embajador”», añade Cardona a este diario.
El experto es partidario además de que, en el despacho del GRU, el servicio secreto ruso, había decenas de informes que confirmaban la invasión. «Para él, eran maniobras de distracción o desinformación inglesa. Estaba obsesionado con ellos por el pique que tenía con Churchill . Cuando le explicaban que había tropas moviéndose, decía que eran ejercicios militares alemanes sin ninguna importancia».
Un caso extravagante fue el de Richard Sorge , uno de los espías más famosos de la Segunda Guerra Mundial . «El 2 de mayo transmitió un mensaje en el que decía que Hitler estaba “decidido a destrozar la Unión Soviética y a confiscar su grano y materias primas para controlar Europa”. Dos semanas después confirmó desde Asia que la fecha seleccionada había sido el 21 de junio. Pero Stalin no confiaba en él. Llegó a definirle como “un bastardo que abría fábricas y burdeles en Japón”», desvela Cardona. Fue un gran error. «A pesar de ello, Sorge le envió un telegrama más el día 21 en el que le repitió que la guerra era inevitable. Lo transmitió todo porque conocía a Eugene Ott, agregado militar en la embajada germana en Tokio», finaliza.
La última advertencia coincidió con la deserción de dos soldados alemanes que alertaron del ataque. «La información llegó hasta Zhúkov y Timoshenko , dos de los mariscales más destacados. Estos solicitaron elevar el estado de las tropas al de máxima alerta, pero a Stalin le dio igual», sentencia Cardona. Como ellos, otros tantos fueron ninguneados. «Un miembro de la famosa organización ‘Orquesta Roja’, Arvid Harnack , informó de la operación y no se le hizo caso. Llegó a enviar la fecha prevista para el ataque», finaliza.
Del éxito al desastre
Después de meses de preparativos, la Operación Barbarroja, se inició el 22 de junio de 1941. Aquel día, 152 divisiones alemanas divididas en tres Grupos de Ejército se lanzaron de bruces contra el Ejército Soviético. De esta guisa se inició lo que Hitler denominó «la cruzada europea contra el bolchevismo». Según señala el popular historiador Antony Beevor en su obra ‘Stalingrado’, «a las 3:15 hora alemana, comenzaron los primeros cañonazos». El asalto atrapó por sorpresa a los hombres de Stalin. «Los puentes sobre los ríos fueron tomados antes de que reaccionaran los guardias fronterizos de la NKVD. Las familias de los guardias que vivían en los puestos fronterizos murieron con ellos», añade el autor.
La ‘Luftwaffe’ fue decisiva en esta jornada, pues abrió camino a los militares de tierra atacando objetivos clave como aeródromos, divisiones soviéticas de carros de combate y posiciones defensivas enemigas. Este ataque sorpresa permitió a la fuerza aérea nazi acabar con 1.200 aviones soviéticos en los primeros momentos de la operación, y 800 más en las siguientes 36 horas. Todo ello, mientras las unidades mecanizadas germanas volvían a demostrar su efectividad al avanzar unos 1.200 kilómetros en apenas tres meses. Estas victorias iniciales hicieron que el popular general Halder llegase a afirmar que la URSS no tardaría en capitular bajo la bota germana: «Uno ya puede decir que la tarea de destruir la masa del Ejército Rojo se ha cumplido. Por tanto, no exagero al señalar que la campaña contra Rusia se ha ganado en 14 días».
Sin embargo, aquellas rápidas victorias no fueron más que un espejismo. De los tres ejércitos germanos destinados a la conquista (Norte, Centro y Sur), tan solo el segundo logró avanzar de forma efectiva por el territorio ruso en dirección a Moscú. De hecho, Hitler se vio finalmente obligado a detener el asalto masivo hasta que el frente quedó equilibrado el 2 de octubre. Para entonces ya era demasiado tarde y el invierno cayó, como ya sucediera con las tropas de Napoleón, sobre los ejércitos germanos. «A finales de diciembre, la “Wehrmacht” sufriría más de 100.000 casos de congelamiento, 14.000 de los cuales acabarían requiriendo la amputación de algún miembro», explica el popular historiador y periodista Jesús Hernández (autor del blog '¡Es la guerra!' ) en su obra ‘Breve historia de la Segunda Guerra Mundial’.
El retraso en la ofensiva supuso un duro golpe para los intereses nazis. Sin embargo, El megalómano Hitler optó por no detener el avance y enviar a sus hombres a la conquista de Moscú... en pleno invierno. Al final, el frío, las tropas de refresco soviéticas y un gran ataque de las tropas de Stalin a comienzos de diciembre provocaron que el asalto germano se detuviese en seco. En diciembre, las fuerzas de Stalin contratacaron y destruyeron las pocas esperanzas del Reich de tomar Moscú. A partir de entonces comenzó una retirada que marcó el declive ‘de facto’ de la Operación Barbarroja.
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