«Me alegro que le hayas quitado tú el móvil porque yo en casa no me atrevo»
Varios reconocidos expertos explican en el II Encuentro ABC Familia, 'El abuso de la tecnología en menores: la solución y el problema en manos de los padres', las principales tácticas que deben emplear los padres para evitar que sus hijos abusen de la tecnología
Adicción tecnológica: Así se trabaja con los menores y sus familias
Madrid
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Iniciar sesiónSegún el Instituto Nacional de Estadística (INE), la utilización de las nuevas tecnologías cada vez está más extendida en edades comprendidas entre los 10 y 15 años, lo que puede provocar un uso no adecuado de estos dispositivos que sea caldo de cultivo de ... problemas como la adicción, falta de privacidad, ciberbullying o, incluso, la posibilidad de padecer trastornos mentales. Los expertos en la materia no dejan de insistir en la importancia de que los niños, desde edades muy tempranas, aprendan a utilizar correctamente las nuevas tecnologías.
Una de las preguntas que más inquieta a los padres es determinar a partir de qué edad es adecuado que sus hijos manejen pantallas. Según Devi Uranga, directora del Servicio de Atención en Adicciones Tecnológicas de Madrid y psicóloga especializada en adolescencia y familias, se trata de un criterio a fijar por cada familia, «aunque lo mejor es no dar un móvil antes de los 12 años», tal y como apuntó en el II Encuentro ABC Familia 'Abuso de tecnología en menores: la solución y el problema, en manos de los padres'.
Añadió que lo verdaderamente importante es que en el momento de entregárselo a un niño «haya un acuerdo sobre el uso que va a dar a ese dispositivo y que el pequeño entienda que los dueños de ese móvil, tablet o videojuego son los padres. Los adultos son los responsables de establecer las normas de uso que los menores deben conocer, aceptar y obedecer, estén de acuerdo con ellas o no. Este debe ser el punto de partida».
Luis Martínez-Abarca, director de Colegios CEU, matizó que por su experiencia en la docencia cree que las familias entregan pantallas a los niños muy pronto. «A partir de los 9 años es frecuente que tenga un móvil, no necesariamente que lo lleven al colegio, pero sí que lo tengan y, en muchos casos, es el regalo estrella de la Primera Comunión. Por eso, es muy oportuno que se realice este acuerdo de normas de uso porque los padres no solo son los dueños, son los responsables legales de lo que sucede con el móvil».
Advirtió, no obstante, que los padres se preocupan por el uso de la tecnología. «Lo que ocurre es que muchos nos dicen 'me alegro de que le hayas quitado tú el móvil, porque yo en casa no me atrevo'. Es decir, son absolutamente conscientes del problema al que se enfrentan, pero, además, este comentario es una prueba de esa falta de compromiso y de autoridad en algunas familias».
Celso Arango, director del Instituto de Psiquiatría y Salud Mental, jefe del Servicio de Psiquiatría del Niño y el Adolescente del Hospital General Universitario Gregorio Marañón y Catedrático del Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica en la Universidad Complutense de Madrid, señaló que el consumo excesivo de estos dispositivos crea una dependencia comportamental. «De hecho, las nuevas clasificaciones internacionales de trastornos mentales, como la de la Organización Mundial de la Salud (OMS), recogen una nueva patología que es el 'gamming', el trastorno por abuso de juegos tecnológicos. Y es que lo que marca la línea entre lo patológico y lo que no lo es en este asunto es aquello que quita la libertad al menor; es decir, aquello que el niño hace a sabiendas de que no es sano, que no es bueno, que le trae una consecuencia negativa, que le gustaría poder controlar pero no lo consigue y tiene una repercusión funcional, como es que tenga menos tiempo para estudiar y obtenga peores notas, tenga más disputas con los padres... Todo esto produce una erosión de su salud mental porque cree que no puede vivir sin dichos dispositivos. Siente que no puede vivir sin la tecnología, que se va a quedar sin amigos... y le genera ansiedad».
Por todo ello, este psiquiatra recomienda también la realización de un contrato en el que queden expuestas las normas que deben cumplir los hijos porque asegura que para tener una vida sana es necesario un buen equilibrio con las expectativas. «La mayor parte de los problemas surgen cuando uno tiene expectativas que no se cumplen, o cuando las expectativas son distintas en dos grupos de personas. Determinarlas es una buena herramienta, puesto que el menor sabrá exactamente en qué momentos, situaciones y horarios podrá usar la tecnología y en cuáles no. Hablarlo a priori para saber dónde está cada uno y conocer lo que puede esperar, evita muchísimos problemas».
«No todos los jóvenes reconocen abiertamente que abusan de la tecnología, pero lo saben. Son aquellos a los que les sudan las manos si no tienen el móvil, que solo piensan en lo que van a hacer cuando lo tengan...»
Celso Arango añadió que no todos los jóvenes reconocen abiertamente que abusan de la tecnología, «pero lo saben». Puntualizó que son aquellos que se levantan por la mañana y notan que les sudan las manos si no tienen el móvil cerca, que no pueden concentrarse porque lo único que están pensando es qué van a hacer cuando tengan el dispositivo... «Aunque muchas veces no lo digan, tienen plena conciencia de que es algo nocivo. Lo que vemos fundamentalmente en consulta son jóvenes que tienen comorbilidad con otros trastornos mentales, y este tipo de adicciones tecnológicas son muchas veces un refugio, la forma de expresión de una patología de base que puede ser un trastorno ansiedad, un trastorno afectivo, mental, de relaciones sociales, una depresión... Creo que es muy importante en todos estos casos saber qué es antes, si el huevo o la gallina, porque tenemos menores que no tienen ningún problema mental, pero que el uso excesivo de estas tecnologías acaba desembocando en un trastorno de este tipo».
Cuando hay barra libre
Sin embargo, no todos los menores que tienen en sus manos dispositivos tecnológicos acaban abusando de ellos o se vuelven adictos. «Cada niño es un mundo; para todos internet es una oportunidad y para algunos es un riesgo muy grande —señaló Celso Arango—. Hay chavales que, incluso haciendo las cosas mal, no teniendo límites por parte de los padres, con barra libre a las nuevas tecnologías, no tienen ningún problema de adicción. Pero hay otros que sí. Hay personas que, por el motivo que sea, biológicamente ya nacen con una predisposición a quedarse enganchadas a algo. Lo vemos todos los días. El mayor problema en una dependencia es, primero, la recaída; pero, después, es quitar esa dependencia sin que venga otra. Es decir, que el que ha sido adicto a las imágenes de videojuegos tiene muchísimo más riesgo de ser adicto al alcohol, a la cocaína, o a otras muchas cosas. Como no podemos hacer terapia génica ni cambiar la predisposición biológica, hay que reducir factores de riesgo que, esos sí, son modificables porque la mayoría son ambientales y tienen que ver con el aprendizaje de los padres y en cómo marcan los límites. En otros casos, la adicción viene por parte de niños que tienen, por ejemplo, problemas de socialización y recurren al móvil para sentir que se relacionan con alguien. En estos casos habrá que buscar ámbitos diferentes para que la socialización no sea solo a través del móvil».
Devi Uranga insistió en que la propuesta del estilo educativo más saludable pasa por establecer de manera conjunta los dos progenitores unas normas claras que si no cumple su hijo tenga unas consecuencias. «Este estilo educativo es el que da estructura a su familia —advierte—. Si no se aplica, la familia se descoloca y se desorganiza porque el niño no sabe muy bien quién tiene el poder en el hogar, si se puede negar a aceptar algunas normas con las que no está de acuerdo... Al final conlleva muchísimas consecuencias negativas».
Aseguró, además, que con las familias que llegan al SAAT desarrollan un trabajo que consideran esencial y consiste en ayudar a los hijos a ocupar el lugar que les corresponde, que es el de aceptar las normas familiares, aunque no estén de acuerdo con ellas. «Es algo que cuesta especialmente en esta generación por esa falta de estructura, de comunicación y porque hay padres muy permisivos. El móvil es la punta del iceberg que pone de manifiesto o desvela cómo está la estructura familiar en cuanto a normas y límites. Vemos adolescentes que se adueñan de los dispositivos, que ponen sus propias normas, y los padres acaban aceptando. Esto genera muchísimo conflicto. Por lo tanto, hacemos un trabajo muy importante para que los progenitores ocupen su lugar. La relación tiene que ser jerárquica porque ellos son los adultos y los menores deben acatar las normas de sus progenitores, aceptando y respetando la autoridad».
Dar ejemplo como adultos
Luis Martínez-Abarca consideró que estamos ante un problema nuevo. «Todos estamos aprendiendo. Como adultos tenemos que dar también ejemplo con el uso que hacemos de los móviles. La herramienta educativa más importante es el ejemplo, que debemos dar todos los padres, profesores, tutores y su entorno más cercano».
Respecto a las herramientas que son útiles para los padres, Celso Arango no dejó de insistir durante el II Encuentro de ABC en la importancia de la prevención y, para ello, recomendó que los padres se sienten con sus hijos y les expliquen que hay unas normas que deben ser negociadas, dependiendo de la edad del menor. «Las reglas son infinitas, y creo que deberían ser globales, universales, como, por ejemplo, que el móvil no se utiliza cuando hay una reunión familiar, cuando estamos cenando, justo antes de ir a dormir a la cama... ¿Por qué? Porque lo último que debe hacer un menor antes de quedarse dormido, y desde el punto de vista fisiológico de la higiene del sueño y por su descanso, es estar delante de una pantalla. Es mejor que haga otra actividad como puede ser jugar o leer algo».
Devi Uranga apuntó que cuando reciben a los padres en el SAAT suelen llegar muy sobrepasados por el uso y abuso que sus hijos hacen de la tecnología. Están perdidos. «Una vez que les recibimos y conocemos el problema, les ofrecemos la posibilidad de un tratamiento psicoeducativo y trabajamos semanalmente tanto con el hijo como con los padres las responsabilidades, que no coinciden. Tratamos de educar que, al final, es la base de todo. Y a los hijos los educamos en lo que le corresponde a ellos, que sería respetar a los adultos, asumir las normas de casa, tratar de ser buenas personas, de mirar por su futuro, tener un proyecto que les interese, no abandonar y reforzar la parte académica, que es muy importante, y ayudarles a que se reconcilien con ella, favorecer las relaciones sociales y el juego y el ocio, que es donde más aprendemos. Se trata de un proceso que puede durar de 6 a 9 meses y, en algunos casos, un año, dependiendo del compromiso que muestren».
Pautas por edades
En cuanto a las pautas a seguir por los padres, Devi Uranga señaló que es importante diferenciar entre las que son indicadas para la infancia, niños desde los cero hasta los 7, 8 y 9 años, de las que van dirigidas a los menores a partir de los 12, porque el uso que hacen de los dispositivos es distinto. «La pauta preventiva de 0 a 9 años es que los padres no usen la tecnología para regular emociones displacenteras, incómodas, en los hijos. Es muy habitual que cuando los pequeños se muestran rabiosos, intranquilos o nerviosos, los progenitores les den de inmediato la tablet para que se calmen. De esta forma es como se crea en ellos una dependencia, ya que aprenden y asumen que usando estos dispositivos se van a sentir bien».
En la adolescencia, sin embargo, el uso que se hace es para aislarse, para desconectarse de su realidad, como forma de evasión. «Esto suele pasar mucho en jóvenes que están en familias en las que se sienten abandonados porque los padres no pueden conciliar todas sus responsabilidades con lo que implica la adolescencia. Y a pesar de lo que puedan creer algunos padres —advierte Uranga—, los jóvenes requieren muchísima atención, aunque parezca que son un poquito más mayores. En estas edades hay que encontrar un equilibrio entre vigilar y dar libertad, pero no invadir, aunque sí estar pendientes y dar apoyo. Tampoco hay que dejar que ellos se autogestionen todo lo académico. No basta con decirles 'acuérdate que de cuatro a ocho de la tarde tienes que estudiar' cuando no tienen pautas de estudio concretas, no saben cómo tienen que hacer, no se concentran... Todo este acompañamiento que el adolescente necesita y no recibe puede motivar que acabe abusando de las tecnologías. Primero, porque tiene mucho tiempo libre y está poco supervisado y, segundo, porque a veces el contexto en el que vive no le entretiene tanto como la tecnología».
«La señal de alarma para pedir ayuda profesional es cuando vemos a nuestro hijo demasiado aislado»
Según esta experta, una vez que ya abusan, si las familias creen que la situación se les ha ido de las manos, deben buscar ayuda profesional. Aseguró que muchas veces se trata de solucionar esta adicción desde casa, pero no se tienen los recursos y hace falta delegar ciertos conflictos familiares en profesionales que aporten otro punto de vista, y para que los adolescentes reciban una voz diferente a la de sus padres. «La señal de alarma para la petición de ayuda profesional es cuando el hijo está demasiado aislado», concreta Devi Uranga.
Para evitar este aislamiento, Celso Arango señaló la conveniencia de fomentar en los jóvenes la realización de actividades deportivas, y que se den cuenta de que hay fuentes de gratificación que son incompatibles con el uso móvil. «El hecho de estar entrenando, jugando un partido de voley, de baloncesto, de fútbol..., de la actividad que sea, y que lo pasen bien dándose cuenta que no están utilizando el móvil les produce también mucha gratificación».
No obstante, matizó que en muchas familias se da por hecho que siempre hay que estar haciendo algo «y ahí está parte del problema —señaló Celso Arango—. Todos nosotros, y los niños a lo largo de la historia, se han aburrido. Aburrirse es sano. En esos momentos es cuando se piensa con tranquilidad lo que uno hace, reflexiona sobre sus amistades... y se hacen cosas que no se harían si se tienen otro tipo de estímulo externo».
Añadió este psiquiatra que en la Comunidad de Madrid, el Hospital Gregorio Marañón está trabajando de forma coordinada con el SAAT, y que recientemente han creado un acceso a un screening gratuito para que cualquier persona de cualquier edad, con su tarjeta sanitaria, se puede citar para un programa que se llama AdCom adicciones comportamentales, que se organiza en el Gregorio Marañón. «Los menores que tienen problemas, y no tienen esa comorbilidad con trastornos mentales, los derivamos al SAAT u otros centros de ayuntamientos o de servicios sociales, y los que tienen patología mental asociada y necesitan tratamiento son los que se quedan en Hospital Gregorio Marañón», asegura.
La aportación del sistema educativo
Celso Arango apuntó que, además de la responsabilidad de las familias, el sistema educativo tiene mucho que apoyar en este asunto y debe adaptarse a los nuevos tiempos. «Al igual que se imparten materias como matemáticas o lengua, las nuevas tecnologías deberían ser una asignatura obligatoria en el currículum de cualquier menor, empezando en Primaria, antes de que lleguen a conocerlas y utilizarlas. La vida cambia y hay que educarse en asuntos en los que antes no nos educaban, pero que ayudan a prevenir una mejor salud mental en los alumnos».
Devi Uranga añadió que «el estilo educativo que nosotros hemos conocido aburre hoy tremendamente a las nuevas generaciones. No encajan con un sistema todavía un poco rígido y antiguo. Ellos esperan algo mucho más digital y tecnológico. Al no motivarles, acaban yendo a lo que les entretiene, que es la tecnología, porque además les supone un menor esfuerzo. Su cerebro es distinto al nuestro. Hay una responsabilidad a nivel educativo de revisar e irse adaptando, modernizando, aprendiendo también el lenguaje que están necesitando ahora los adolescentes».
El director de los Colegios CEU coincidió con Devi Uranga en que el cerebro del adolescente es distinto, «pero todo cerebro necesita reflexión, pensamiento crítico y esto requiere tiempo, reposo y autoconocimiento. Necesitamos tener tiempo para ambas cosas: para un aprendizaje que puede ser de un nivel técnico, donde la velocidad es muy importante, pero también para un momento de reflexión, autoconocimiento, etc., que tiene otro tiempo distinto que no es el del mundo de las pantallas. El sector educativo está buscando ahora ese equilibrio. Somos responsables de este asunto. No hemos dado todavía la solución, o con una solución definitiva. Negar la realidad es absurdo. Estamos trabajando para encontrar el punto adecuado, incorporando nuevas tecnologías al aprendizaje, haciendo también al alumno parte de ese proceso y, por tanto, incorporando su propio lenguaje, lo que enriquece su conocimiento. La reflexión es buena y es una responsabilidad colectiva como sociedad global».
Reconoció que esta preocupación la tienen todo los docentes y que, efectivamente, observan que tanto los adolescentes como los niños que llegan al aula están acostumbrados a un ritmo en el que las cosas suceden muy deprisa, como es el mundo de las pantallas, y les cuesta en clase prestar atención y tener concentración en una explicación que dura más allá de diez minutos. «El riesgo es convertir el aula en un parque de atracciones en el que todo sucede muy rápido y donde no hay profundidad en el conocimiento. En este punto, tenemos que aprovechar las pantallas porque tienen montones de oportunidades que debemos incorporar».
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Recordó que hace diez años hubo una moda por la que parecía que los libros eran prescindibles y que era mucho más fácil gestionar el aprendizaje con tabletas, ordenadores, etc. «Ahora estamos dando la vuelta a esta situación. ¿Por qué? Porque estamos aprendiendo. La exposición a las pantallas, de cualquier tipo, tiene que ser progresiva, ordenada y con un uso oportuno en cada una de las franjas de edad. Introducir pantallas a niños de Infantil no tiene ningún sentido porque aprenden por la experiencia real, no por lo que le ven ni por lo que le cuentas. En Primaria, la circunstancia evolutiva es distinta y, por lo tanto, sí podemos empezar en algunos cursos a hacer un uso específico para una actividad concreta y educativa. Y desde aquí hasta Bachillerato podemos encontrar usos muy distintos para cada uno de los momentos. Lo que tenemos que hacer es canalizar aquello que vemos y utilizarlo como una oportunidad según el momento evolutivo del niño».
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