«A tu adolescente tienes que darle titulares, no el sermón de la montaña»
Entrevista con Jordi Nomen, docente y autor de 'Cómo hablar con tu hijo adolescente y que te escuche'
La recomendación de un profesor para que tu hijo despegue en los estudios

Malas caras, evasivas, contestaciones vacías, apatía… Muchos padres sufren a la hora de intentar comunicarse con su adolescente. Pero es algo posible, si cambias de perspectiva, asegura Jordi Nomen, autor de 'Cómo hablar con un adolescente y que te escuche'.
En primer lugar, las ... familias deben ser conscientes de que sus hijos «solo se están haciendo independientes, intentando ganar seguridad y llegar a la autonomía personal, que es fundamental», aclara Nomen. El problema está en que los padres «nos lo solemos tomar como una afrenta. «Lo convertimos en algo personal y ahí está claramente el error. Que si 'me está machacando', que si 'no me quiere', o 'no se pone en mi lugar'… Si no te lo tomas así, va a ir claramente mucho mejor».
Ellos, asegura, «no lo hacen con el ánimo de ofendernos, es algo que deben hacer para poder conseguir esa independencia de criterio. Sencillamente, no van a poder volver atrás en su ciclo evolutivo. Nunca van a volver a ser niños y eso implica cortar el cordón umbilical por segunda vez, después del nacimiento. Los adultos debemos aprender a adaptarnos a un nuevo papel. Abandonar la centralidad de la obra e irnos detrás del escenario, para dejar que poco a poco vaya cogiendo las riendas de su vida, con autodeterminación y madurez».
¿Por qué los padres sufren tanto con esta nueva etapa?
Hay que hacer un duelo, como por otras tantas pérdidas en la vida. Ellos hacen un duelo por su infancia y los adultos tienen que elaborar otro por esa infancia perdida. Es así.
Los hijos adolescentes están pidiendo cancha, y los padres, ¿no saben darla?
La libertad siempre implica responsabilidad, y ellos quieren libertad sin responsabilidad, mientras que a los adultos nos gustaría lo contrario: queremos responsabilidad primero y luego ya hablaremos de la libertad. Estamos en una negociación necesaria pero en estos términos es imposible, porque es excluyente una con la otra.
¿Qué hacer para tener éxito en esa negociación?
Esto es lo que les digo a los padres de las tutorías, a las familias y a los alumnos: hay que aprender a negociar, porque para superar la adolescencia te vas a pasar unos seis años negociando.
La negociación es siempre una cuestión de mínimos. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que todos nosotros tenemos un máximo, los adolescentes, y los adultos, en los máximos no vamos a entender nunca.
Lo que debemos hacer es hablar de nuestros mínimos. cual es el minimo que tengo yo, y cual es el que tienes tú de la necesidad que se presenta. Seguramente ahí encontraremos un lugar de encuentro en los mínimos.
Pero ahí viene la parte dura, en toda negociación ambas partes salen descontentos porque no han conseguido sus máximos. si una parte sale muy contenta no es una negociación, es una imposición para una de las partes.
¿Sirve para todo? Horarios de irse a dormir, de entrada y salida…
Para cualquier cosa. En el caso de la hora de dormir, le preguntaremos al chaval: ¿tú a qué hora quieres irte a la cama? Nos va a responder que a las 3 a m. y le tenemos que responder: «No, no, no, lo siento». Porque a ti te gustaría que se fuera a las 9:30 en la cama. Entonces has de ver qué mínimo aceptaría él y qué mínimo aceptarías tú. A ellos les cuesta bajar bastante, porque no han aprendido a negociar. Le tienes que decir: «Mi máximo son las 9:30, cedo a las 11:00». Esta cesión debe ser auténtica y debe existir un acuerdo entre ambas partes en este aspecto.
¿Qué es lo más importante que deben tener las familias en esta nueva convivencia?
Lo más importante es que no lo conviertan en personal. A ellos también les preocupa. Sin acritud, pero esto es lo que hay.
Al mismo tiempo que necesitan sus tiempos, necesitan límites. Si no hay brújula, uno se desmarca, pierde el norte, no sabe a dónde va. La exigencia es absolutamente necesaria para educar, pero tiene que ir acompañada del amor.
Y ante los límites, ellos van a reaccionar con un: «Eres la peor madre del mundo», «esta es la familia más aburrida que me podía tocar»... De nuevo tienes que pensar que no eres la peor madre del mundo, pero ser firme en esto.
Aunque parezca que están enfadados todo el tiempo.
Esta teoría del enfado es la síntesis de lo que defiendo en el libro. Los adolescentes, hasta que llegan a ser jóvenes, van aumentando de una manera excepcional la capacidad de pensamiento, pero no saben todavía gestionar sus emociones, porque es algo mucho más complejo y que llega más tarde.
Han aprendido a razonar, a dar peso a sus argumentos, empiezan a tener opiniones propias… Y les da una sensación de poder tremenda, pero claro, con las emociones no pasa lo mismo, porque dependen de la experiencia y de la madurez que es precisamente lo que no tienen.
Es importante saberlo y recordar otra vez que no te lo está diciendo a ti personalmente. Pero hay que poner límites, una cosa es una mala cara y otra que te insulte.
Hay que marcar unos límites y él debe haberlos.. porque si no la situación se puede volver muy problemática. Pero es una forma de actuar de la adolescencia porque necesita romper ese vínculo.
¿Lo que hacen es poner a prueba a los padres?
Sí, realmente busca también los propios límites, ese 'a ver si puedo hacerla saltar, para yo tenerlo claro hasta donde aguanta'. Su reflexión es: «esto me enseña a mi que los adultos aguantan hasta ahí». No son conscientes, están buscando el enfrentamiento para aprender, para separarse, diferenciarse, poder tener sus propios criterios….
De todas formas, ¿la adolescencia de hoy es más larga que la de ayer? ¿Qué ve usted como profesor?
En 2018, The Lancet estableció que la adolescencia en un periodo que va desde los 10 hasta los 24 años, cinco más de los diecinueve hasta ahora considerados como momento de superación de esa etapa.
En cualquier caso, lo que vemos los profes es que ahora la adolescencia parece que se alarga. Esto dicen los datos: como mínimo desde los 12 hasta los 17, cinco años y medio aproximadamente.
¿Tiene que ver esto con la sobreprotección de los padres?
Sí, con hacerles las cosas nosotros, con adelantamos a todo… Eso es un gran problema.
¿Por qué tiene tan mala fama esta etapa vital?
La adolescencia es una enfermedad que hay que pasar. E, igual que hay adultos, o ancianos complicados, hay adolescentes complicados. Pero no tiene por qué ser siempre así. Llevo 35 años en educación, habré conocido a unos 1.500 alumnos, algunos de ellos problemáticos. Estos son los que salen en las noticias. Pero eso no quiere decir que haya noticias buenas, que las hay y muchas.
"Lo importante es no perder el momento en el que tu hijo quiera hablar contigo, que va a ser siempre el que peor te venga a ti"
Esa comunicación, que le resulta tan difícil a algunos padres, ¿cómo recomienda llevarla a cabo con éxito?
Hay que evitar el interrogatorio y buscar el diálogo. Es decir, un adolescente si pretendes hablar con él cuando él no quiere, lo llevas crudo. Está clarísimo. No puedes decir: 'Por mi autoridad, me va a oír'. Todos sabemos que podemos estar presentes y desconectar en el mejor de los casos.
Debemos recordar que ellos van a hablar cuando ellos quieran, que es cuando peor te va a ir a ti. Tú estás haciendo la cena, o tienes cuatro minutos para entregar este artículo, y tu hijo adolescente va a llegar con él: '¿Sabes qué? Que a fulanito le ha pasado esto o lo otro'.
Lo importante es no perder ese momento, que siempre va a ser el peor. Ellos hablan cuando quieren. Así que intentar que ellos escuchen tu discurso coherente y busquen trabajar sus valores cuando tú quieres, es imposible y condenarse a la frustración, porque eso no va a pasar.
¿Cómo se puede reiniciar esa conversación, que antes fluía alegremente a la salida del colegio y que ahora se corta con monosílabos o con un 'no me acuerdo' o un 'no sé?
Háblales de lo que les gusta, aunque a ti te parece superficial, el baloncesto, la música… De aquello que no hablarías con él, porque a ti lo que te gustaría es hablar de valores. La manera de comprobar que el vínculo funciona es con conversaciones intrascendentes. Puede ser la moda, el deporte, o el cotilleo. Cualquier cosa que les apasione. Se empieza por ahí y eso abre el vínculo para que después, el día que él lo necesite, venga a ti en el peor momento. Pero vendrá, y se descolgará con un: '¿sabes qué ha pasado?'.
En ese momento cuando contestes: 'cuéntame', si te nota con ansiedad por saber, se romperá de nuevo la posibilidad de comunicación. Lo ideal es que sigas haciendo lo que estabas haciendo, y contestes con un: 'Ah, ¿sí? Que interesante'. Le vas dando feedback pero sin opinar, sin hacer juicios de valor. Al menos, en ese momento.
Sí que es verdad que si lo que te cuenta algo es muy grave… Ese momento hay que aprovecharlo primero diciendo frases de esta forma: 'Alguna de las cosas que me has dicho me ha preocupado'. 'Yo no lo veo así, por esto esto y lo otro'. Que sí que sepa que esto no te gusta, o te ha preocupado, pero de forma suave, como algo rápido, y posterior a la primera charla. La idea es la de no forzar conversaciones, para dejar de tener un alma ausente a tu lado que es cuerpo pero no es persona.
También es muy importante como le escuchas, cómo interpretas lo que le dice. Ah ¿sí? A ver, explicame eso'. Con este tipo de preguntas haces ver que vas siguiendo la conversación y él se va dando cuenta de que le estás escuchando. '¿Te sentiste así? Preguntas que no son inquisidoras ni son juicios de valor, sino de comprensión.
Cuidado con el tono, que debe ser pausado, bajo, sin gritos, porque entonces perdemos la batalla. Esto requiere mucho autocontrol…
Llegados a un punto, los adolescentes no quieren ni rozarse con sus padres. Sienten como una especie de alergia. Si estamos en esa tesitura, ¿debemos preocuparnos?
Es normal, uno no llega a ser autónomo si no se separa de aquello de lo que depende. No es una afrenta personal, es común que los adolescentes tiendan a distanciarse del padre y de la madre, porque para ellos es una necesidad construirse una identidad.
Lo normal es que los progenitores no entiendan nada, y digan «¡con lo que le quiero!»
Esa ceja que se eleva y mira escéptica… ¡Claro que no te lo mereces! Y ellos no lo van a reconocer nunca, quizás cuando tenga 26, o sea padre… Algún día lo reconocerá.
Hay que mirarse en la propia adolescencia.
Sí, es bueno recordar nuestra propia adolescencia, como nos sentíamos, cómo vivíamos permanentemente en el drama, puede ayudar a entenderlos.
En el libro, una de tus alumnas define la vida en un tobogán encima de un abismo… ¿Ellas y ellos lo viven igual?
Están pasando por lo mismo pero ellos lo exteriorizan menos, por aquello del papel social. Eso también es un problema. Ellos han aprendido que socialmente se entiende que sus emociones se las tiene que guardar. Tienen un problema porque, ¿cómo las comparten? No son conscientes de eso pero también pasa, por desgracia.
Vivimos en una sociedad que no admite la fragilidad, en ninguno de sus extremos. Esto les coloca en una situación complicada porque, a la vez que socialmente no se admite, ellos están en un momento, digamos, en el que sienten una fuerza brutal, se creen inmortales.
Es así por su desarrollo cerebral, no pueden hacer nada, vienen así de serie. pero al mismo tiempo tienen una extrema fragilidad a nivel emocional, que hace que les cueste mucho gestionar las emociones. Nos cuesta a nosotros, pues imaginate a ellos, manejar los deseos, los impulsos… Es muy difícil.
A veces dependen de cómo han pasado la infancia, depende de la personalidad, creo que dependen a nivel hormonal, hay testosteronas de más nivel y de menos… Es complejo, cada adolescente es único, podemos hablar de ellos como grupo pero cada uno de ellos es absolutamente distinto y no podemos dar una receta que sirva para todos y todas.
Aprender a tolerar cierto grado de frustración
Llega también la súper preocupación por su aspecto físico.
Esto forma parte de la construcción de su identidad. Es fundamental para la aceptación de sí mismo, en el grupo… Un aspecto físico que nada tiene que ver con la salud, sino con ser guapo o guapa. Eso asegura muchas cosas, la pertenencia al grupo, una adecuada autoestima, la aceptación, que puedas entrar 'entre comillas' en el mercado sexual… Hay muchas cosas en juego…
Los adolescentes ya no necesitan a sus familias. ¿Se les infantiliza? ¿Se alarga su periodo de dependencia? ¿Es un mal generalizado?
Esto puede llegar incluso a ser maltrato. Si tú no permites que se haga mayor, cuando en realidad lo natural es que consiga ser adulto, si le estás protegiendo de todo, le estás convirtiendo en un ser de cristal, que a la primera adversidad, se va a romper.
No es lo mejor para los niños. Hay que tolerar cierto grado de frustración y saber que la felicidad no significa cero frustración, sino algo de frustración bien gestionada. Esto cuesta mucho y forma parte de ese entrenamiento emocional al que nos hemos referido antes.
La emoción ante la frustración nos cuesta incluso a los adultos, imagínate a ellos. Pero así se aprende. De hecho, es cuando empezamos a progresar, a crecer, en la vida. No puede ser todo ya, y todo hoy. Habrá que hacer unas ciertas renuncias.
En esto la sociedad nos va en contra, diciéndonos cosas como: 'si tu quieres, puedes'. No hombre, no. A veces no puedes. Aprendemos con caídas varias.
¿Cómo gestionamos en casa el enganchón generalizado, parece, de los adolescentes a la tecnología?
Hay que llegar a acuerdos, nunca de máximos. Con la conciencia además añadida, de que la tecnología es un mundo donde está todo lo bueno y lo malo. Gestionar eso si es un mundo… Porque los adultos ni sabemos qué parte del mundo están visitando ellos. Por eso hay que prevenir, ir hablando de estos temas que van saliendo, a través de series…
Del 'ojo que todo lo ve', al radar para detectar cambios
¿Cómo hay que hablar con los adolescentes para que nos escuchen?
Para hablar con ellos hay que darles un mensaje corto, tipo mensaje publicitario. Dedícate a dar titulares, nunca el sermón de la montaña. No puedes acercarte a él y acorralarte, en plan: 'Vamos a hablar de estos cinco temitaas en los que estoy interesado'.
Otro cambio que deberían hacer los padres es dejar de ser el ojo que todo lo ve, a ser el ojo que detecte todos los cambios por los que puede estar pasando tu hijo. En la infancia todo lo ves, pero en la adolescencia vas a ciegas, porque ellos no quieren que veas muchas cosas. Pero tienes que estar ahí, con el radar funcionando para detectar los cambios.
Es una tarea complicada, cuando cierran la puerta de su cuarto…
Es normal que se encierren, pero lo que no es normal es que estén tres días sin salir. Si te dicen: «Me voy a ir a cenar a la habitación». Pues ni hablar. Hay que buscar ese: «No tengo hambre»; «no voy a cenar nada»... Porque podemos estar ante un problema de TCA (trastorno de conducta alimentaria). Un día le puede doler la barriga, pero cuatro días no. y eso hay que detectarlo.
Los adolescentes pueden parecer perezosos, permanentemente cansados, lentos, distraídos…
Todo normal. ¿Tú sabes la cantidad de energía que se tiene que gastar para ser adolescente? Por eso duermen más, se cansan… El gasto energético para gestionar todos esos cambios en tan poco tiempo es brutal. Viene de serie, como correr el que más se pone.
MÁS INFORMACIÓN
- Cómo lograr que tus hijos sí cumplan sus propósitos para 2024, según los psicólogos
- «Hay alimentos 'energéticos' que no pueden faltar a un adolescente, según sea chico o chica»
- Adolescencia: «Cuando las emociones se expresan, las familias se encuentran»
- «No dar un móvil hasta los 16 años es excesivo»
- El TDAH en niñas: Un trastorno algo diferente y mucho más difícil de detectar
- Alejandro Rodrigo: «En los conflictos con hijos adolescentes, nada se arregla solo con el paso del tiempo»
En esta convivencia, ¿qué sería lo más importante que tenemos que hacer los padres?
Ser un ejemplo de coherencia entre pensamiento, palabra y acción. Demasiadas veces pasa eso de: 'Consejos vendo que para mí no tengo'. Ellos no te miran a la cara, pero te miran de reojo, cuando tú no te das cuenta. Si la gestión que haces de tu vida es completamente incoherente, eso les rompe bastante. También es verdad que como adultos, el 100 por cien de coherencia no es terrenal. El papá y la mamá también se equivocan, son seres humanos. Pero sí hay que procurar ser coherente, tender hacia ese valor… Aunque sea un poco utópico porque eso no existe.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete