ANÁLISIS
Zapatero, la defensa de China y la paz mundial
Si lo que esperan del nuevo ensayo del expresidente del Gobierno son profundas reflexiones, más allá de simplismos buenistas y exhibiciones morales desprejuiciadas, olvídenlo: no es el libro que buscan
El Gobierno promete una agenda «ambiciosa» con China hasta 2028
El principal problema del nuevo libro de José Luis Rodríguez Zapatero, «La solución pacífica», es que el lector debe recordarse a sí mismo, constantemente, que ha sido escrito por un expresidente del gobierno de España y no por Miss Panamá. Quizá se deba al ... persistente deseo, anafórico casi, de la paz mundial. O tal vez por el fraseo que, de tan profundo, podría parecer simplista. O al revés (más bien es al revés, estoy segura).
Un ejemplo: «(…) las sociedades pacíficas son aquellas que se procuraron un modelo de valores propios de una cultura de la paz». Efectivamente. Por eso son pacíficas. Si sus valores procurados fueran, es un poner, los de una cultura de la guerra, serían sociedades bélicas. Pero, abandonen toda esperanza, no es algo anecdótico. El libro entero está plagado de ese tipo de construcciones.
Les pongo otro ejemplo, para solaz y entretenimiento: «Conflictos como el de Gaza o el de Ucrania, especialmente, suponen frenazos a los avances en materia de paz global». Y tiene toda la razón: está empíricamente comprobado que las guerras son uno de los principales impedimentos para la paz, como los divorcios para los matrimonios o la muerte para la vida. De hecho, la necesidad de aspirar a la paz mundial nace, precisamente, de la existencia de conflictos que la dificultan.
Pero escribir esto que acabo de escribir yo, como escribir lo que ha escrito Zapatero, no es un ejercicio de reflexión profunda y análisis geopolítico internacional. Es solo el enunciado de una obviedad. Lo que quiero decir es que si lo que esperan de este ensayo son profundas reflexiones, interesantes argumentos y evidencias sólidas a favor de la idea que se defiende, más allá de simplismos buenistas y exhibiciones morales desprejuiciadas (como que se está a favor de la paz y la igualdad, en contra de la guerra y el hambre en el mundo, que matar y robar está muy feo), datos históricos perfectamente documentados y contraargumentaciones virtuosamente refutadas, olvídenlo: este no es el libro que buscan.
He leído redacciones infantiles, firmadas por niños de apenas nueve años, que recién estrenaban su capacidad para el pensamiento abstracto, mucho mejor estructuradas, con ideas mucho más sofisticadas, con más evidencias empíricas que apuntalaban su tesis y con una mayor y enriquecedora intertextualidad. Por decirlo de otra manera, confío en que lo haya escrito él solito porque, si un negro literario profesional le ha cobrado por esto, independientemente del importe, estaríamos ante una estafa.
Resulta muy llamativo, además de lo pueril de la prosa, que el pacifista Zapatero, tan preocupado por la paz y por la democracia a lo largo de estas doscientas páginas, invierta tanto tiempo y espacio en la defensa de una dictadura como la de China. Será porque es comunista y entonces es menos dictadura. O quizá sea interés personal en blanquear, debido a que su lobby para el acercamiento a ese país, financiado mediante donaciones, digamos, opacas, fuese creado junto a un empresario oriundo (uno investigado por conexiones con el espionaje chino). Llámenme malpensada. Así, dice cosas preciosas como que China es el único país que jamás ha vulnerado la legalidad internacional ni ha intervenido militarmente en otros países sin autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
De la falta de libertad de expresión e información, de las detenciones arbitrarias y sin garantías, de las violaciones graves de derechos humanos contra minorías o de la represión de la disidencia, no dice ni mu. Concluimos, pues, que no suponen un peligro para la paz y la democracia. O lo habría dejado por escrito. Porque, si algo queda claro al terminar el libro (y al empezar), es que a Zapatero le preocupan mucho la paz y la democracia. Pero le preocupan, es curioso, como fin último a conquistar, como si la historia fuese a detenerse una vez logradas y ya está. Fin del trayecto, 'game over'.
Se percibe, por debajo del mensaje buenista (y pacifista), edulcorado en exceso con afán de embellecimiento autorretratista, una brecha entre su implicación con el método y con el ideal. Y buena cuenta de esto último es la letanía de relaciones internacionales, exhibidas sin complejo, entre las que destacan especialmente Erdogan (en Turquía, la libertad de expresión y de prensa se encuentran gravemente comprometidas y corre riesgo de convertirse en una autocracia) o Maduro (aferrado al poder en Venezuela de manera ilegítima tras las elecciones perdidas, en las que Zapatero actuó como «acompañante del proceso electoral»), amén de la ya mencionada dictadura comunista China. Y todo sin rubor ni sonrojo.
Compatible, para él, defender los derechos humanos como «el concepto político más elevado que ha conocido la historia» y, al mismo tiempo, a aquellos países, gobernados por amiguetes en los que no se respetan; sosteniendo que «quienes no los respeten serán señalados, interpelados y denunciados», y presumiendo de «relación fluida, incluso de confianza», con personas del Gobierno de Maduro o de «estupenda relación» con Erdogan. 'Peacemaker' y proderechos humanos, 'ma non troppo'.
Un libro, en fin, que oscila entre el discurso de aspirante a reina de belleza convencida de que Confucio inventó la «confución» y el prescindible 'selfie' moral brutalista de alguien que, o bien vive alejado de la realidad y la interpreta desde la candidez irresponsable del que no rinde cuentas, o se ha propuesto hacer un ejercicio desacomplejado de cinismo convencido de que, como sostendría Pablo Iglesias, las palabras crean realidades, no las describen, si se repiten con suficiente insistencia. Vean mejor un peli. La que sea.
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