‘Tardeo galo’ en Madrid: más Montmartre que Magaluf
En la Semana de Pasión, el centro de Madrid se desmadra con orden, y con el paisanaje francés adueñándose de las traseras de la Puerta del Sol
Jesús Nieto Jurado
Paula se agarra en la barra del metro rumbo a Sol, desde las amplitudes estudiantes de Argüelles, porque ha habido anticiclón calentorro y ha habido Parque del Oeste, con crema bronceadora y biquini, y aún quieren ir las de su cuadrilla a la ... plaza de la Mariblanca , a ver qué se cuece en el Kilómetro Cero que aún tiene magnetismo, pese al tópico regastado.
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En el Jueves de Pasión, a 20 grados, el centro galdosiano de Madrid tiene ritmo de trompeta, francesas que lo son a la legua, en grupos de seis y sin mascarilla, y algún que otro imberbe del país vecino con el cuello vuelto, a lo existencialista. Dos españoles, los que firmamos esta crónica, somos elementos extraños en ese trozo de Madrid que se ha convertido en Montmartre . En el paisanaje y en el aire en general.
El trompetista
Porque aunque beban sangría, la beben en vasos de vino, y el queso manchego lo disfrutan con las piernas cruzadas y con conversaciones que van del alquiler –tirado– de los pisos turísticos a algo de la política de Bruselas sobre la vacunación. Napoleón se quedó en Chamartín, pero los franceses, y parte de la UE católica, han conquistado una parte muy particular de la trasera de Sol.
Se escucha el solo de trompeta de un solo trompetista –sic–, que les da a los extranjeros musiquilla que debe ser de obligado cumplimiento pasando Irún, pero que al español, que lleva mascarilla, no le dice nada. En la calle Espoz y Mina (de la que Mesonero Romanos destacaba la variedad, lo pintoresco de los oficios allí desarrollados), la Policía entra frecuentemente a por el bocadillo en un diminuto ultramarino. El bocadillo, de buena factura, tiene aproximadamente el mismo precio de 4 cl de absenta. Y vender, se venden ambas. Otra cosa es que quienes no vienen del París mutilado, los de esta latitud calurosa y madrileña, lleven con disimulo una realidad: es jueves, víspera de una larga Semana Santa en la que no se puede cruzar la ‘muga’ de Cenicientos , de Cubas de la Sagra o de San Lorenzo por el puerto que llaman de Malagón. Cierre autonómico y que cada taifa se cueza en sí misma.
Cádiz-Barcelona
Dicen que España se resume en ese trozo de Madrid, la esquina entre las calles de Cádiz y de Barcelona. Y ahí hemos dejado al trompetista dejarse fotografiar entre que seis francesas bien vestidas hablan por ‘skype’ con su parentela y dan permiso para un retrato. Dos amigas de «los Carabancheles» bailotean y fuman con varias décadas de más de la guardería que las circunda. « Qué buen rollo, fíjate que guardan las distancias. Y más nos vale que las guarden» . Es verdad que los balcones están inéditos y con la telaraña del sol y de la pandemia sobre unos carteles que anunciaban una jornada prepandémica sobre la paella valenciana.
El trompetista no es Chet Baker, pero con una mascarilla sospechosa de patógenos y horas grita un «Vive la France» que aplauden. Cerca de allí, en un Madrid ordenadamente desmadrado en cuatro calles, una familia de bien denuncia que ha visto a dos españoles contraviniendo la moral pública en un portal de la Calle Relatores «hace cinco minutos»: la primavera y sus pulsiones.
Un camarero le pide cambio a su colega vecino, y abunda en «lo tranquila que está la noche». Si en las primeras horas del jueves, aún sin amanecer, unos grafiteros se colaban a hacer pinturillas en los túneles de Méndez Álvaro y Pacífico, a las 19.00 hay un despliegue policial en el intercambiador de Sol que pide el salvoconducto a quien sea. Desde el Creciente Fértil a dos gemelos de Córdoba. Pero lo que en el Metro es Estado de Alarma puro, a 150 metros del torno, es, en principio, sano descontrol.
Lo curioso es que, aunque no haya grupos superiores a seis personas y se guarden las distancias, en Europa ha venido calando la idea de que Madrid tiene fiesta, tiene libertad, tiene museos y tiene eso que llaman ‘el tardeo’, que, pasados los Pirineos, es envidia de foráneos. Los comerciantes, eso sí, se quejan de que a la última hora, cuando falta nada para el toque de queda -y hay aplicaciones que avisan de ello- se desmadra. Hay una televisión polaca, o estudiantes rumbosos de Periodismo, que van filmando con estabilizador y guionista la capital del país que tuvo el «confinamiento más estricto» (Pedro Sánchez dixit). «No photo», nos dicen, pero aquí prima más eso el «do ut des». O dicho en plata, si graban, se escribe.
Fin del tardeo
Algo hay del jaleo nocturno de antañazo en Madrid, aunque con acento del Midi y esa imagen: los mojitos en copa de vino. Conforme llega la hora de la recogida, hay más nerviosismo en los hosteleros. No tanto en la clientela gala, que aplaude con cierto contento el gol de Morata a Grecia. Barbeito decía aquello de que «parece que es la aurora, y no es la aurora». Y, en eso del tiempo, todo se enlaguna mientras se van colapsando las VTC. La televisión catalana mira esto del ‘tardeo madridí’ como un milagro, aunque el plano no es inocente y el reportaje que pergeñan parece que tampoco. Allá cada cual.
Cinco minutos pasado el toque de queda, los pakistaníes ya sí abordan a los que van raudos a su casa . Si antes la mercancía la llevaban en carritos, ahora la portan en bolsas negras. Quizá para no infundir sospechas, como el coñac de las botellas de Lorca.
Es cierto que, suave e imperceptiblemente, los franceses dejan paso a los españoles, que sí que apuran con torería la última copa. Y todo ya va calmándose. Acaso porque es de noche y, en puridad, eso del ‘tardeo’ ya hace tiempo que ha caducado y conviene otear la ‘operación retorno’ en el metro. Y en el metro hay orden, sí, aunque al fondo del andén un botarate se sienta en el propio anden con las piernas por donde ha de pasar el tren. Lleva la mascarilla doblada y hace como que pesca. Rápidamente es reprendido y avisado del peligro por el personal de seguridad. En la salida de Argüelles bajan los estudiantes, con carita de cierre autonómico.
Comparado con los días de las hordas de los proHasel, Madrid fue el jueves una balsa de aceite.
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