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Una amiga de la mujer momificada: «¿Que ha muerto? ¿Dónde? Si pregunté por ella hasta en la embajada»

El año pasado 17 ancianos fallecieron en soledad en la capital. El caso de la argentina, que era psicóloga, no está incluido

Correspondencia acumulada en un lustro ABC
M. J. Álvarez

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«No me diga. ¿Que ha muerto? ¿En su casa? No me lo puedo creer. ¡Qué disgusto, Dios mío !. Si estuve preguntado por ella hasta en la embajada». Eso decía ayer Goya, de 70 años, entre sollozos, al otro lado del teléfono, temblorosa y nerviosa. Era una de las pocas personas que mantenían contacto con la mujer argentina cuyo cadáver momificado fue hallado el día de Jueves Santo en la cocina de su casa situada en el número 31 de la calle de Alonso Heredia del distrito de Salamanca.

Vivienda de la fallecida Guillermo Navarro

Llevaba cinco años muerta, desde principios de 2014, según ha determinado la autopsia practicada en el Instituto Anatómico Forense. Un infarto cerebral fue el que, al parecer, segó su vida, precisaron fuentes policiales, tal y como adelantó El Mundo. Se llamaba Amanda Jospe, no tenía familia directa y ahora tendría 83 años.

Soltera y sin familia cercana

Su estremecedor caso es el reflejo de una triste realidad:el la de las personas que fallecen en la más absoluta soledad. No porque vivan sin compañía sino porque carecen de una red socio-familiar y están en lo que se considera «soledad no deseada». Solo en 2018 en la capital madrileña perecieron diecisiete ancianos sin que nadie se percatara de ello, precisaron fuentes del área de Equidad, Derechos Sociales y Empleo del Ayuntamiento de Madrid.

La mayoría son mujeres puesto que son más longevas. La cifra, que suele rondar la veintena, se mantiene estable desde 2004, cuando se empezó a realizar un seguimiento sobre este asunto de modo preventivo. «No se puede comparar con otras ciudades, puesto que solo se realiza aquí este recuento», agregaron. Aún no se disponen de los datos de las víctimas correspondientes a lo que va de año. Hay d iversos programas de atención para mayores, pero a partir de los 80 años se le envía una carta y se les realiza un especial seguimiento desde el servicio de teleasistencia, ayuda a domicilio o centros de día. Si se detecta falta de higiene, abandono o descuido se activa a los servicios sociales.

No era el caso de Amanda, la psicóloga protagonista de esta historia , que ejerció su profesión durante años en un despacho de la calle de Orense (Tetuán) estaba soltera, no tenía hijos y sus únicos parientes lejanos eran dos sobrinas que vivían fuera de España con las que no tenía apenas relación . Eran las hijas de una hermana que había fallecido hace años. Se mudó de domicilio hasta la calle de Alonso Heredia, si bien mantuvo durante muchos años el de Orense, donde a veces se quedaba a dormir, precisó su amiga Goya y corroboraron algunos vecinos.

Estos dejaron de verla y pensaron que se había marchado a su país, dado que no tenía ninguna atadura en España y estaba jubilada. Aunque su ausencia causó cierta extrañeza porque no se lo comunicó a nadie, todo apuntaba a que se había ido. Goya fue a preguntar por ella, sorprendida porque no lograba comunicarse con ella. Nadie supo darle ninguna explicación. A los residentes tampoco les abría la puerta ni contestaba al teléfono. La hipótesis de su viaje a Argentina parecía confirmarse.

«No es cierto que nos desentendiéramos de ella. La comunidad de propietarios hizo gestiones y yo también. No salió del país», explicó su amiga

Sin embargo, las alarmas saltaron definitivamente cuando el banco comenzó a devolver los recibos de la comunidad de propietarios . Amanda se quedó sin fondos. El administrador y el abogado de la finca, en la que residen 38 familias, hicieron diversas gestiones y contactaron con la Policía. También con su amiga Goya. El asunto pintaba mal . Nadie recogía su correspondencia. El piso no fue alquilado y tenía varias propiedades en Madrid y en su país, según Goya.

No localizaban a las sobrinas para denunciar

Sin embargo, el asunto se quedó estancado. «Dijeron que para entrar en la vivienda hacía falta un mandamiento judicial y una denuncia previa. Y esta última la tenía que interponer algún miembro de la familia, no vecinos», indicó un residente. Pensaron que había muerto en su país natal.

El tiempo pasaba y no lograban localizar a nadie. Hasta que, al final, dieron con la sobrina que residía en Israel, agregó. Entonces fue cuando se puso en marcha todo el mecanismo judicial que llevó a descubrir lo sucedido: Amanda no había salido de casa. Un ictus acabó con su vida de forma súbita cuando tenía 78 años.

El infarto fue fulminante. Hasta entonces, esta mujer menuda , castaña de ojos verdes, culta, amable y educada, a decir de quienes la recordaban ayer, había gozado de buena salud.

Cuando la Policía entró en el piso halló el cadáver momificado . Las condiciones de humedad de la casa impidieron que el cuerpo se descompusiera. «No es cierto que nos desentendiésemos de ella. Fuimos hasta la embajada y nos dijeron que no había salido de España», proclamaba Goya. Lo mismo decían los residentes.

Un pequeño paquete con la correspondencia acumulada en este lustro, el buzón sin vaciar y la cerradura forzada eran mudos testigos ayer del triste final de Amanda.

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