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La «vida normal» de los terroristas invisibles

La célula yihadista convivía con sus vecinos de Ripoll sin despertar recelos ni sospecha alguna sobre su radicalización a manos del imán Abdelbaki es Satty

Imagen de la localidad de Ripoll, donde residía la célula yihadista Inés Baucells
David Morán

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Jugaban a fútbol sala en la plaza de la Sardana, se escapaban de vez en cuando a la Cafetería Esperanza, justo al lado de la estación de tren, para ver algún partido de fútbol, y hacían una vida aparentemente normal en Ripoll, una pequeña localidad ... de 11.000 habitantes que si por algo era conocida hasta ahora era por su monasterio románico y por acoger alguna de la más flamantes obras del estudio RCR, reciente ganador del premio Pritzker. Nadie sospechaba porque, como se han cansado de repetir quienes los conocían en los últimos días, no había nada que hiciera sospechar . Sólo una pandilla de amigos de entre 17 y 28 años a la que sus vecinos veían como chicos normales con un estilo más bien occidental. No se dejaban ver demasiado por la mezquita, pero en los últimos meses sí que habían empezado a cambiar sus costumbres y a interesarse cada vez más por la religión. Nada, en cualquier caso, que hiciese saltar las alarmas. «Hacían vida en el pueblo, participaban de sus actividades, jugaban a fútbol, iban a diferentes programas del ayuntamiento, eran asiduos al casal de jóvenes… No había nada que pudiera hacer pensar que tramaban un hecho tan maquiavélico», recordaba hace unos días la técnica de Convivencia y Participación Ciudadana de la localidad, Nuria Perpinyà.

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