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El Sahara que habla español

Pablo Ignacio de Dalmases compila la literatura en españolde tema sahariano

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Un helicóptero español en el Sahra en 1975 ABC

Sergi Doria

En noviembre de 1975 España renunció al Sahara occidental, en plena agonía del general Franco . En medio de la hostilidad internacional y la presión mediática de la Marcha Verde que orquestó Hassan II ante la ONU, concluía la crónica colonial española en el África occidental. A diferencia de otras naciones europeas como Reino Unido, Francia o Portugal, la presencia de España en el Sahara e Ifni se redujo a la explotación de los fosfatos y poco más. Hoy, el imaginario sahariano se recuerda en la filatelia conmemorativa de los tiempos del franquismo: aquello sellos de beduinos, dromedarios, mapas de Fernando Poo y Río Muni y poco más.

Desde el siglo XIX, el interés puramente estratégico y militar contrastaba con la ausencia de una literatura que no fueran informes funcionariales o las memorias de viajes comerciales.

Pablo Ignacio de Dalmases (Barcelona, 1945), que fue el último periodista español en abandonar el Sahara en el año 1976 como director de TVE y RNE y del diario La Realidad de El Aaiún, ha compilado en la obra Sahara Occidental e Ifni en la ficción literaria (Sial/Casa de África) la literatura en español de tema sahariano.

A los españoles les obsesionó Marruecos: desde la batalla de Tetuán que pintó Fortuny y las heroicidades del general Prim en los Castillejos, a la guerra interminable que trastornó la política española con el desastre de Annual y acabó en 1925 con el desembarco de Alhucemas. Pedro Antonio de Alarcón, Víctor Balaguer, Benito Pérez Galdós , Ramón J. Sender, Arturo Barea, el propio Franco y la literatura de quiosco de Pedro Mata, Carmen de Burgos, Víctor Ruiz Albéniz o El Caballero Audaz novelaron el norte de África.

Si bien España no contó, como Inglaterra o Francia, con un Kipling ni un Saint-Exupéry, la bibliografía del Sahara que reúne Dalmases suma medio centenar largo de títulos.

La lista se abre con El capitán Fémor (1886) de Antonio L. Rosso, la primera obra narrativa ambientada en territorio sahariano. Habría de pasar un cuarto de siglo hasta que otro autor español se refiriera al Sahara occidental. En 1911 José María Folch y Torres firmó un libro de cuentos infantiles de ambiente colonial titulado África española. Director del Patufet, semanario infantil catalanista, Folch y Torres imaginaba un Sahara con tigres y describía a sus habitantes desde el supremacismo colonialista.

Hasta su provincialización de 1958 en el África española «no hubo prácticamente civiles, salvo algún funcionario, maestro, sacerdote o visitante ocasional… no es de extrañar que la narrativa de tema sahariano fuese obra de militares», explica Dalmases. Historias bien documentadas que encubren memorias personales contadas a través de unos personajes de ficción. Fue, precisamente, tras la retirada española de 1976, cuando la bibliografía sahariana gana amplitud. Aquel año, señala Dalmases, «se consumó uno de los mayores dislates de la política contemporánea de España y un genocidio cultural». Marruecos y Mauritania diluyeron la cultura saharaui y borraron las huellas de la colonia, isla española en el mar de la francofonía.

Nombres hoy olvidados se entremezclan con autores tan conocidos como Alberto Vázquez Figueroa (Arena y viento, El mar de jade), Jesús Torbado (El imperio de arena), Javier Reverte (El médico de Ifni), Reyes Monforte (Besos de arena), o el premio Nobel Le Clézio (Desierto). La literatura oral sahariana cuenta con antologías de autoría española como Bajo la jaima de Fernando Pinto Cebrián y Antonio Jiménez Trigueros o los Cuentos saharauis que recopilan Carme Aris y Lluïsa Cladellas.

Aunque a mediados de los cincuenta comenzaron a funcionar en el Sahara las primeras escuelas, la implantación de la lengua española da un magro balance: «Fue autodidacta en buena parte de la población que aprendió un español coloquial basado en relaciones de vecindad o laborales; los más afortunados pudieron estudiar en centros de enseñanza oficiales, en las Canarias, o siguiendo cursos por la radio», explica Dalmases.

Hoy, la presencia cultural española está supeditada al difícil equilibrio entre las relaciones con Marruecos y la existencia de la RASD saharaui. La garantizan algunos gobiernos autónomos, oenegés y las familias que participan en el programa «Vacaciones en paz» para acoger cada verano a niños saharauis: «A su regreso, los mejores agentes de difusión de la lengua española», acota Dalmases.

De esos saharauis nacidos en los años sesenta y setenta surgió en 2005 la «generación de la amistad», autores que escriben en español, un español que aprendieron en Cuba.

En su manifiesto fundacional pedían a la RAE y al Instituto Cervantes ser reconocidos como pueblo árabe de habla hispana. Entre los firmantes, los poetas Limam Boisha, Bahia Mahmud Awah, Ebnu (pseudónimo de Mohamed Salem Abdelfatah) o Ali Salem Iselmu. Todos comparten infancias de guerra, exilios y campos de refugiados.

Gracias a ellos y a quienes se resisten a obviar más de un siglo de historia colonial, el español sigue siendo la lengua de los saharauis.

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