Poesía y pintura: las facetas creativas más secretas de Mercè Rodoreda
Además de «La plaça del Diamant», la obra de Mercè Rodoreda depara poesía secreta, recopilada por Abraham Mohino en «Agonia de llum» «Angle Editorial)
BARCELONA. «Vegeu per exemple el cas de Mercè Rodoreda. Un dia, a París, vaig dir-li, amb gran sorpresa seva, per què no feia versos. Al cap d´un any escrivia els seus extraordinaris sonets sobre passatges de l´Odissea: estic més content d´aquella intüició que de ... cap dels meus poemes».
Así recordaba Josep Carner el despertar poético de Mercè Rodoreda en el París de 1946. En la capital francesa recién liberada la escritora mantenía un silencio creativo, cosía y escribía algunas narraciones, mientras su memoria estaba repleta de paisajes después de la batalla: la guerra civil española y la invasión nazi en Francia habían hecho enmudecer a la novelista que se había revelado siete años antes con «Aloma».
La Odisea del Exilio
Como confesó Rodoreda, en aquellos tiempos «no hauria pogut escriure una novel.la baldament m´haguessin apallissat». Pero surgió la poesía. Del intercambio epistolar que la escritora mantenía con Josep Carner nació un manojo de sonetos homéricos que integrarían el primero de sus poemarios, «Món de Ulisses».
Medio siglo después y becado por el Institut d´Estudis Catalans, el filólogo Abraham Mohino reunió 176 documentos originales y una treintena de cartas. Como explica, el diálogo epistolar entre el «Príncep dels poetes» y la «Mestressa en Gai Saber» constituye un «curso práctico de poesía» que revela los engranajes de la creación.
Mohino recopila en «Agonia de llum» cinco poemarios. El volumen se abre con «Món d´Ulisses», parábola del exilio en clave odiseica; la máscara griega da paso a una voz más sincera en «Albes i nits» y «D´amor i de mort». El juego de contrarios y el tono trágico de esos libros se desvanece y en «Illa de lliris vermells», los sonetos se inspiran en los escenarios más inmediatos de una mujer en el umbral de los cuarenta años que añora la maternidad y pasa de «fadrina» a «bruixa». El ciclo poético de Rodoreda concluye con «Bestioles», bestiario que ya se solapa con los primeros borradores de «La plaça del Diamant».
La relación con sus mentores poéticos -Armand Obiols, Josep Carner- quedará bruscamente interrumpida, como las acuarelas, aguafuertes y collages en los que Rodoreda traza figuras inquietantes y bosquejos mironianos. En Ginebra había llegado para Rodoreda el tiempo de la novela. Quedaban para la posteridad esos poemas que Mohino no duda en comparar con las «Elegías» de Riba y los sonetos de Rilke o Shakespeare. En 1954 Carner pierde el rastro de aquella Rodoreda poeta, ahora felizmente recuperada.
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