De un elogio literario
TODAVÍA se lee poco, muy poco. Sin embargo, parece que se va leyendo algo más que en tiempos. Algo querrá decir el hecho de que algún que otro llamado «best seller», incluso antes de que se publique, logre atenciones, expectativas millonarias por parte de lectores ... adictos al género, a tal o cual autor. Me parece muy bien. No ha mucho y en estas mismas páginas elogié el «best seller», incluso al de muy discutible calidad. Importa que la gente lea, desde el niño al anciano. ¿Acaso una obra mediocre no puede hacernos contraer lo que se llamó, en Francia, «este vicio impune, la lectura»? ¿Que no toda novela calificada de «histórica» podría ser bendecida como tal por los historiadores? Malo sería, pero con tal de que no cometa falsedades impresentables, y resulte bendecida por una algo exigente crítica literaria...
Desde hace bastantes años, tal suerte de novela viene ganando lectores. La cosa se inició nada menos que en el siglo XVIII, cuando Horace Walpole publica «El castillo de Otranto» y crea la también llamada «novela gótica». Y hasta ahora mismo, con la inclusión de tanto códice, de tanto monasterio -ah, «El nombre de la rosa»-, tanta catedral incluso. Conjunto de novelas no precisamente breves. A mediados del pasado siglo, se les llamaba «novelas río». Hoy, con decir «bestseller» -o «besele»...- ya se suele dar por sabido que se trata de libros largos. Títulos que se adquieren y se leen a pesar de su precio y de su extensión. Extensión que tal vez para los adictos comporte una especie de juicio previo y por supuesto favorable. No obstante...
Pues que también se está poniendo como quien dice de moda emitir un curioso juicio previo. Es frecuente, si usted, oh lector, se fija, oír la alabanza de un libro no sólo porque se considera bueno, sino casi sobre todo porque tiene pocas páginas. Juicio que me parece cada vez más emitido y no precisamente por lectores poco contaminados por el « vicio impune». Juicio, además, que conlleva una curiosa contradicción. Cuando un texto nos agrada, tendemos a comunicarlo, a desear que los amigos lo conozcan. Somos los primeros críticos y tal vez los más eficaces, los que más colaboran en encumbrar a un autor. No faltan casos, no. Y cabe preguntar si no sería más adecuado, junto con el juicio laudatorio, lamentar que se trate de un texto breve. Pues sucede que más bien se pone el acento en la brevedad que en la mucha y deseable extensión de lo bueno.
¿A qué se debe tal contradicción? ¿Será que desconfiamos de la calidad de lector de alguien que por otra parte sí sabe leer debidamente? ¿Tanto se ha extendido el casi tópico de que en España no se lee, que llegamos a desconfiar de quien sabemos que sí lee y con gran criterio? ¿Se tratará de un eco subconsciente de aquel decir de Gracián, «lo bueno si breve, dos veces bueno»? No creo que el autor de «El Criticón» haya calado tanto. Con todo, ¿a qué buen lector no se habrá ofendido con lo de «lee este libro, es bueno, es corto y se lee en seguida»?
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