El arte de Pina Bausch

Bausch mueve emociones, apela a los sentimientos y no se contenta con un simple discurso dancístico, porque su retrato es humano, social y hasta político, y eso queda reflejado en estas dos piezas que, a su vez, hablan de dos mundo bien diferentes aunque unidos por la misma expresividad. Sobre arias de óperas de Purcell, Pina Bausch plasmó en su «Café Müller» un puñado de identidades que deambulan por la vida inmersos en una total incomunicación, personajes que se mueven repetitivamente en unas rutinas angustiantes, golpeadoras y también desoladoras. La poética de la pieza, dura de roer, que da la mano a toda una tradición que nace del expresionismo, descoloca, incomoda, desconcierta y, sobre todo, conmueve.

Pero si en esta joya de la danza contemporánea los recursos son escasos y nada ambiciosos, en la versión que Pina Bausch ideara del clásico de Stravinsky «La consagración de la primavera», el gesto se transforma en frase y la frase se transforma en discurso largo y nada monótono, hablando de un ritual horroroso y necesario, revolcando a su cuerpo de baile -en perfecta forma física y de gran poderío dramático- por un suelo enteramente cubierto de tierra, un recurso que brinda una insólita capacidad teatral.

Un debut tardío y muy esperado que colmó todas las expectativas del público.