Artes & Letras / Exposiciones
Jiménez Lozano en «la grandeza de las pequeñas cosas»
Una exposición organizada por la Agencia Ical, 'El viaje interior', recuerda al escritor, en el quinto aniversario de su muerte, con un diálogo entre una selección de fotografías y pasajes de la extensa obra del Premio Cervantes
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Escribir «al margen de la moda siempre», «lejos de los círculos literarios (…) sin haber pisado jamás los pasillos del poder cultural; sin promoción de montajes publicitarios», tiene un precio que José Jiménez Lozano pagó «con mucho gusto», según confesó él mismo. Miguel Delibes lo retrató « ... retirado en un pueblecito de Valladolid, Alcazarén, refractario a la ciudad y a los halagos del siglo, persuadido de que no es el escritor quien debe viajar y llamar a ilustres puertas para darse a conocer, sino sus escritos».
Esa actitud, para él irrenunciable, tal vez le hubiera impedido aceptar de buena gana un homenaje, pero quizá le hubiese gustado el que le brinda la exposición 'El viaje interior. José Jiménez Lozano (1930-2020)', porque es su extensa obra la que marca el paso sin grandes alardes, con la vista puesta en la grandeza de lo sencillo.
Imágenes del escritor y otras alusivas a su mundo literario y a su pensamiento se acompañan con textos seleccionados de novelas, poemarios, diarios, ensayos o conferencias en la muestra organizada por la Agencia ICAL, con motivo el quinto aniversario de la muerte del autor, en colaboración con las Cortes regionales -cuya sede acoge la exposición hasta el 30 de junio- y la Fundación de Castilla y León. Una fotografía de Jiménez Lozano niño sobre un caballito de madera y una pantalla donde se suceden primeros planos en blanco y negro del escritor, ya mayor, flanquean la puerta de entrada a la muestra. Dentro, como el 'Petit Port-Royal' que simbolizó una resistencia convertida en bandera, se condensa su obra con el discurso trazado por los comisarios, el periodista César Combarros, que ha seleccionado los textos, y el fotógrafo Eduardo Margareto, autor de la mayor parte de las imágenes.
«José Jiménez Lozano, sus escritos, siguen interesando a todo aquel que no base su vida en certezas absolutas. Lozano es una cabeza que piensa y ayuda a pensar, una cabeza enriquecida día a día por lecturas y experiencias, por largas pausas de reflexión en sus pinares de Alcazarén», añadía Delibes y recoge la cita que abre el recorrido expositivo junto a otras opiniones sobre el autor nacido en Langa (Ávila). Como un hombre «de conocimientos, de saberes, de saber en singular; singularísimo y con mayúscula adornada e iluminada», que «escribe y cuenta cosas (…) en un exquisito castellano y con una extraordinaria lucidez de raciocinio», lo vio el poeta Francisco Pino. «Cuando el lector toma en la mano cualquiera de sus libros, se siente guiado hasta lo más hondo de la significación de los seres y las ideas que en ellos se mueven», dijo de su obra el filólogo Víctor García de la Concha. «… a mí se me representa como un 'acontemporáneo', es decir, alguien que está aquí pero que viene de lejos, que nos mira desde otro lugar y desde otro tiempo», ha escrito el filósofo Reyes Mate del homenajeado.
Los textos seleccionados entre su obra parten de su idea de la creación literaria, plasmada en 'Por qué se escribe' (1994). «Probablemente porque no se sabe y no se puede hacer otra cosa; porque desde pequeño comenzaste a frecuentar el mundo que está en los libros, te encontrabas a gusto con él, te parecía más verdadero que el mundo real y, un día, de repente tú también echaste a andar por ese camino y ese oficio hasta que te decidiste a hacer un libro y decir: «Esta es la clase de sillas o de zapatos que salen de mi obrador»», era su respuesta.



Se trataba, precisa Combarros, de «bucear en los fondos gráficos del archivo de la agencia y hacerlos dialogar con su vastísima obra, que al final son casi cien libros publicados». En la elección de pasajes hay lugar para ensayos como la 'Guía espiritual de castilla' y 'Ávila', poemarios como 'Tantas devastaciones' o 'El tiempo de Eurídice' y varias de sus novelas, desde la primera que vio la luz -'Historia de un otoño' (1971)- a 'Se llamaba Carolina' (2016)- con paradas en 'Duelo en la casa grande', 'Sara de Ur', 'El mudejarillo', 'Maestro Huidobro', 'El viaje de Jonás' o 'Carta de Tesa', además de algunos de sus diarios y libros de cuentos.
'El viaje interior' se compone así de una selección de «fragmentos», «chispazos» que quieren «invitar a volver a leerlo o a descubrirlo», donde su autor «habla un poco de todo: de la niñez, de la lectura, de la escritura, de cómo nos relacionamos, del progreso, de la despoblación…».
En algunos casos, son los asuntos recurrentes en su obra los que deciden las imágenes: San Baudelio de Berlanga, en Soria, fundamental en la 'Guía espiritual de Castilla'; la ermita de La Lugareja, en Arévalo, que alentaba las leyendas infantiles y donde mucho después imaginaba a alguno de sus personajes ('Segundo abecedario'); las murallas de Ávila, «túnel del tiempo» que «resumía todo un mundo aprendido en los libros, un mundo antiguo y fascinante» ('Ávila'); la nieve que «le torna a uno niño» ('Los cuadernos de letra pequeña'); la niebla que al dejar paso al sol desvela el paisaje «como si un restaurador limpiase el cuadro» ('Los tres cuadernos rojos'), o el cielo azul, lo primero que vio «maravillado» desde la ventana del hospital tras una operación de cataratas ('Los cuadernos de Rembrandt').
«Es una forma de llevar al espectador a su universo», apunta Margareto sobre la selección de motivos. El fotógrafo conoció a José Jiménez Lozano, en Alcazarén, el día en que le comunicaron la concesión del Premio Cervantes, cuando lo retrató en su escritorio con una edición del Quijote entre las manos. A partir de ahí surgieron muchas imágenes, en escapadas más o menos frecuentes al pueblo vallisoletano con otro periodista, Roberto Jiménez, de la Agencia EFE. Otras muchas se las perdió «por respeto», dice, ante la reticencia inicial del escritor a los retratos, que pese a todo son mayoría en la exposición.
Uno de ellos se muestra fuera de los paneles expositivos, situado sobre una columna del vestíbulo de las Cortes. Lo acompaña un pasaje de 'Duelo en la casa grande', en el que la señora María desdeña el valor de las fotografías con su negativa a aparecer en un retrato «para que lo tiren al corral cuando una se muera y lo pisoteen las gallinas». Un marco con reflejos dorados decora el primer plano de Jiménez Lozano, en un guiño de los comisarios a la continuación de ese fragmento de la novela: «Pero Matías Rodríguez, que llevaba cuarenta años de práctica del arte de Daguerre, argumentaba: «Si usted se muere, por casualidad, deja usted su figura a la posteridad, y si la fotografía se pone en un marco de madera oro-viejo de los de la casa que valen quince pesetas, nadie la tirará jamás»». Como en todo lo suyo, hay mucho trasfondo en lo aparentemente sencillo. Porque tras la ironía hay una reflexión «sobre lo que queda y sobre el paso del tiempo», matiza César Combarros.
«Aparte de reivindicar su pensamiento y su faceta humanista, que es transversal en toda su obra, se trataba también de poner el foco sobre su sentido del humor, que era muy afilado y muy brillante», señala el comisario. Ese rasgo de su personalidad y su obra acompaña a otro retrato con sonrisa abierta en la exposición. En el texto vecino, un párrafo de 'Los cuadernos de la letra pequeña', donde Jiménez Lozano ironizaba sobre las filiaciones ideológicas que se le habían atribuido. «Así que, cuando pregunta alguien qué significa la pequeña leyenda del jardín de casa, que dice Petit Port-Royal, ya contesto muy prudentemente que no lo sé, aunque parece francés», dice sobre el lema que remite a su primera novela y homenaje a aquellas monjas que se rebelaron contra el poder.
En el centro de la exposición, a modo de «bisagra», un gran collage remite a uno de sus grandes personajes, el San Juan de la Cruz de 'El mudejarillo'. Creado para la muestra por otra fotógrafa de ICAL, Miriam Chacón, pone en el centro la silueta de la escultura del místico en Fontiveros, en torno a la que giran pequeños detalles que remiten al universo creativo de Jiménez Lozano. A su lado, un texto donde el niño Juan de Yepes cuenta en Arévalo las riquezas de Fontiveros con una enumeración interminable de construcciones, animales, plantas, tipos, oficios, cultivos… en la que, una vez más, el autor «habla de la grandeza de las pequeñas cosas», apunta César Combarros.
Aparte de la imagen del escritor en la niñez, esa composición y una fotografía del escritor en las escaleras de su biblioteca, mirando hacia el jardín, de otro compañero de la agencia, Rubén Cacho, son las únicas de la muestra que no firma Margareto. En su selección hay una especial, no tanto por criterios fotográficos como por lo que representa. La hizo, con no pocos reparos, en la sinagoga de Utrecht, cuando el Instituto Cervantes puso a su nombre la biblioteca de su sede en la ciudad neerlandesa. La emoción en los ojos del autor por estar en el mismo lugar que un día pisaron algunos de sus referentes intelectuales se explica en el poema recogido en 'Los cuadernos de Rembrandt' que acompaña la foto de 2006: «Cuando yo llegué a Utrecht, / ya no estaban ni Spinoza, ni Erasmo, / ni Rembrandt, ni el papa Adriano VI; / pero mis señores jansenistas del exilio, / preguntando por las casas y el mercado, / -incluso osaron en los talleres de pintura- / dieron con sus pasos, / y me alegró verlos, / naturalmente, a respetuosa distancia».
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